Si hay un tema que puede resumir la apuesta de Daft Punk en Random Access Memories, ése es "Giorgio by Moroder". La pieza, tercera en el cuarto álbum del dúo, comienza con un relato en que el legendario productor italiano Giorgio Moroder recuerda sus inicios, para luego volcar hacia un riff reiterativo, adherente y al más puro estilo de los franceses —que patentaron en canciones como "Robot rock" o "Da funk"—. El tema se extiende por nueve minutos y cinco segundos, suficientes para pasar por las más diversas atmósferas, incluido ese insigne futurismo vintage de sello robótico, aunque ahora con matriz funk y envoltorio jazzístico y progresivo, que de todos modos no merman el influjo pop.
Todos ésos son los elementos que se distribuyen también en los 13 cortes que componen este disco: Colaboración, documentación, producción y funk, aglutinados en un trabajo que avanza como un verdadero viaje, con despegue en la música bailable que en los 70 patentaron bandas como Chic, cuyo líder, Nile Rodgers, figura precisamente en los créditos de "Give life back to music", el tema de apertura. La época no cambia en el siguiente track ("The Game of Love"), pero sí el matiz, gracias al permiso que Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo se dieron para explorar en una sensualidad de traje soul.
Tras el aroma a hit que desprenden piezas como "Instant crush" (con Julian Casablancas) y "Lose yourself to dance" (con Pharrell Williams, quien también figura en el single "Get Lucky"), el periplo toma un viraje con "Touch", otro tema que se aproxima a los nueve minutos, y que tras pisar arenas incluso cercanas al dixieland, se posa en ese viejo futurismo que hace tan adorable a Daft Punk: Es cuestión de cerrar los ojos para imaginar un antiguo reportaje sobre la carrera espacial, tal como ocurre luego en "Motherboard" o "Contact".
Así, tras el flojo y lejano Human After All, la dupla francesa no sólo reencanta a sus fieles desde el sitial que ya tiene asegurado en la electrónica. Con Random Access Memories, Bangalter y de Homem-Christo terminan de dotar de humanidad —paradójico para este par de robots— y de expandir los límites de su género de origen, para reclamar un lugar en un mapa musical que simplemente no sabe de apellidos.
—Sebastián Cerda