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13

En apenas ocho temas, los padres del metal sacuden los resquemores en torno a su reunión y reclaman el lugar que les corresponde en el universo del rock. Por si a alguien no le bastaba con verlos juntos otra vez, en este disco los de Birmingham dejan bien en claro lo que significa estar de vuelta.

08 de Junio de 2013 | 10:53 |
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El 11 de noviembre de 2011 se anunció a los cuatro vientos la esperada reunión de los cuatro integrantes originales de Black Sabbath. Ozzy, Iommi, Butler y Ward comunicaban al mundo sus intenciones de volver a los escenarios y grabar un nuevo álbum, provocando la emoción de todos los fanáticos del rock, ya sean anónimos o estrellas, como el mismo Henry Rollins, que en esa fecha ofició de maestro de ceremonias para dar a conocer la noticia. Además, se informaba que Rick Rubin se haría cargo de la producción de un nuevo disco, firmando de antemano un producto de calidad musical y, al mismo tiempo, respetuoso con el legado de Sabbath. Mal que mal, los cuatro músicos fueron claves a la hora de definir al metal como un estilo —y particularmente al stoner, donde bandas como Monster Magnet, Saint Vitus o Orange Goblin, entre muchas otras, le deben a Black Sabbath algo más que inspiración—.

La carrera de Black Sabbath, en particular en su primera encarnación, estuvo a la par con los exabruptos. El primero aparece con el debut del grupo y el disco homónimo del año 1970, en el que un cementerio y campanas dieron que hablar a los incautos de esa época. Iommi decía que la intención del grupo era ser una suerte de película de terror, pero llevada a los sonidos. Esta primera época de la banda se cierra con la expulsión de Ozzy, el año 1978. Y ahora, antes del lanzamiento de 13, está la salida de Bill Ward de la batería, argumentando temas legales. Para cualquier otro grupo, esto puede ser sinónimo de desastre, y en las redes sociales los fanáticos lo vivieron así, discutiendo acaloradamente sobre si esta nueva versión de los de Birmingham era o no la original.

No obstante aquello, el primer apronte a 13 nos enseña que sí, es el Sabbath de siempre, por lo menos el de esa época. La elección de Brad Wilk en la batería, en reemplazo de Ward, fue más que acertada, ya que su estilo simple, sin tanto artificio pero de golpe intenso, va de la mano con las ocho composiciones que trae de vuelta a los fundadores del metal. Y es en el sonido donde uno se enfrenta al grupo que firmó verdaderos clásicos como “Paranoid”, “Iron Man”, “Planet Caravan” o “Snowblind”, entre muchos que la banda parió en su primera etapa. Bien podría Black Sabbath entonces, en conjunto con Rick Rubin, haber caído en la complacencia y haber firmado un registro lleno de clichés y auto-homenajes.

Evitando aquello, pero aún con la conciencia de que 13 debía ser un trabajo con la marca del grupo, dos canciones pueden explicar cómo es que se logra revivir un sonido propio sin caer en el facilismo. Primero, es la comparación casi lógica que se puede hacer entre “Zetigeist” y la mencionada “Planet Caravan”. Ambos temas, de corte más acústico, revelan la orientación psicodélica que siempre ha tenido la banda (y que, por cierto, propició el fundamento para el stoner rock futuro), y el gusto por lo acústico a la hora de matizar una apuesta caracterizada por lo denso y oscuro de sus riffs. Asimismo, es uno de los temas en los que la voz de Ozzy vuelve a sonar como en sus mejores días. La otra composición, la épica “Dear Father”, posee un detalle que se relaciona con el primer disco: las campanas. Este efecto, de los pocos que Rubin utilizó en la producción, sin dudas que entrega la coherencia necesaria para entender que, finalmente, estamos ante un trabajo de los de Birmingham, por más que no se encuentre Bill Ward.

Los otros seis cortes restantes sólo comprueban esa tesis. Desde el potente inicio de “End of the Begining”, o en la densa “Age of Reason”, queda más que claro hacia qué espacios se dirige 13 y los recursos utilizados para llegar a esos instantes. Pasa incluso en el oscuro blues “Damaged soul”, uno de los mejores temas presentes en este trabajo. Ya sean los riffs monolíticos de Iommi o la “nueva” base rítmica, compuesta por Wilk y Butler, todo apunta hacia la generación de un nuevo álbum clásico de los ingleses. Ni hablar de la voz de Ozzy, mucho mejor acá que en varios de sus trabajos como solista, en los que se suele abusar de los efectos de estudio. En esta ocasión, Rubin, que bien puede ser considerado uno más dentro del grupo, utilizó la lógica del “menos es más”, y al sonido monolítico y denso del grupo no le agregó nada. Quizás alguno que otro overdub, o algún efecto a la voz, pero en términos de producción, mantuvo el registro lo más crudo que se puede pedir. Y es así como se esperaba el regreso de una agrupación tan fundamental como Black Sabbath: crudo, oscuro, denso, lleno de riffs y fuzz. Eso es lo que puede resumir al conjunto inglés y eso, con una calidad incuestionable, es lo que se manifiesta de regreso al escuchar el álbum.

Felipe Kraljevich M.

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