¿Desde dónde juzgar el nuevo disco de un artista? ¿Desde lo que, creemos, es capaz de hacer? ¿Desde lo que queremos que haga, en función de lo que ya ha hecho antes? ¿O desde un terreno llano, abierto a recibir el fruto de sus inquietudes actuales, cualesquiera sean éstas? ¿Qué tanto margen somos capaces de dar como auditores —o como fanáticos— a la libertad creativa?
Si ya en Congratulations (2010) el dúo MGMT abrió la puerta a interrogantes como ésas, en su recién publicado disco homónimo los norteamericanos derechamente las transforman en una presencia inevitable. Porque si tras el estallido popular de Oracular Spectacular (2007) optaron por la experimentación de cara a un trabajo siguiente, hoy esa faceta se ve aún más exacerbada, dejando a los tonos radiales de las inolvidables "Time to pretend" y "Kids" nada más que como un lejano recuerdo.
Los que hasta ahora han dicho seguir a esta agrupación porque en rigor disfrutan de esos dos éxitos planetarios, desde ya siéntanse viudos. El MGMT modelo 2013 está lejos de pretender igualar ese impacto: Ni la costura pop, ni la llegada a las radios, ni el beneplácito de una facción de la masa (por indie que se diga) parecen estar hoy entre sus preocupaciones. Eso se nota desde la entrada con "Alien days", pese a que se trata de una de las piezas más digeribles del disco, con momentos que conservan el aura infantil y el universo mágico que rodea a parte de la obra firmada por Andrew VanWyngarden y Benjamin Goldwasser. A pesar de las dosis de electricidad, de todos modos asoma el lado más cálido de Air como referencia, que vuelve a remarcarse con otra temperatura en temas como "Your life is a lie", emparentado con "Napalm Love" de los franceses.
Hay aires tribales y cuotas de misterio en "Cool Song No.2", tensión que aumenta de modo cautivador en "Mystery Disease", para volver a estructuras reconocibles en la amigable "Introspection", y su rasgueo de guitarra al fondo. Pero ya en "A good sadness" cambian de extremo en la misma cuerda: Si hasta aquí las teclas de la psicodelia eran tocadas con filosofía Sgt. Pepper, desde ahora los aires lisérgicos llegan también en una ventisca eléctrica de múltiples capas, bajo códigos como los de My Bloody Valentine, hasta ponerse derechamente crípticos en "I love you too, death".
Pero no hay que confundirse: MGMT no es para nada un disco "difícil", aunque sí requiere de varias escuchas. En menor medida, para trascender la leve incomodidad inicial derivada de este "nivel 2" de experimentación; y en mayor parte, para sacudirse de las expectativas que muchos aún deben tener en torno a otro hit luminoso y adictivo, y que pueden conducir a una falsa desilusión. Falsa, porque éste es un trabajo inquieto y propositivo —pese a acudir a lenguajes ya patentados—, que reúne piezas que seguro quedarán alojadas entre los referentes permanentes de una comunidad de seguidores, aunque sea mucho más acotada. Pero a VanWyngarden y Goldwasser eso no debe inquietarles: Luego de tres discos y de deliberadas vueltas creativas, hoy parecen proclamar que el verdadero accidente de sus carreras no es el giro actual, sino el boom de sus inicios.
—Sebastián Cerda
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