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Panal

Si hasta ahora la cantante chilena había hecho cada vez un disco distinto, en "Panal", el sexto de su carrera, sorprende y apunta con solvencia en varias direcciones al mismo tiempo.

08 de Octubre de 2013 | 13:17 |
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Seis títulos en veinticuatro años son la evidencia acumulada de que Nicole reaparece en cada nuevo disco con algo nuevo. En Tal vez me estoy enamorando (1989) huele a espíritu preadolescente, por Esperando nada (1994) desfila un festival de hits para festivales y teleseries de los '90, con Sueños en tránsito (1997) avanza hacia la pretensión sofisticada de la música electrónica, a bordo de Viaje infinito (2002) vuelve a un pop teñido de soul y acid jazz (2002) y Apt (2006) es un cruce entre producción electrónica y gesto rockero, todo a grandes rasgos. Pero ahora Panal no sólo corrobora la tendencia. La expande. Además de ir a otro lugar como cada vez, Nicole toma varias direcciones en el mismo disco, como casi nunca antes.

En todo caso, no es ésa la impresión que parte dejando el disco. Los timbres de sintetizadores y hasta algo de la voz en la trilogía de canciones iniciales que forman "Románticos", "Partir" y "Nuestro tiempo", dan la impresión de que la cantante viniera sobre todo a ponerse al día con un electropop que Javiera Mena llevó alto hace siete y tres años con sus dos discos a la fecha. Pero es una impresión que queda desmentida de ahí en adelante con una serie de cuatro canciones determinantes. La columna vertebral de "Columna vertebral" es una guitarra pulsada al modo folk por un sorprendente Fernando Milagros invitado al disco. El pop de "Cuando" tiene el mismo optimismo sin vuelta atrás de la Julieta Venegas de 2003 en adelante. Y "Pequeñas cosas buenas" se inicia en el punto exacto en que New Order se encuentra con los Kiss de "I was made for loving you", antes de ser un asalto a la pista de baile comandado por Nicole.

El sonido análogo de "No somos extraños" termina por convencer a continuación con esa incitante línea de bajo que toca Jorge Coyote Martínez, y con el mayor partido que Nicole saca a la presencia de Sterling Campbell en los créditos de Panal: el baterista neoyorquino que ha tocado con Bowie y Duran Duran, entre otros, se aplica aquí a un cadencioso ritmo disco sobre el que ella despliega su seducción vocal. En una frase, en su disco previo ella grabó una versión de "Rapture", de Blondie, pero aquí hace algo mejor e insinúa su propio "Rapture" privado. Tampoco terminan ahí los ingredientes, con la pizca de noise que se oye luego en "Cascabel" y la guitarra acústica reservada para el final en "Astronauta". Y pueden ser muchas direcciones, pero dos rasgos garantizan la cohesión del disco. Uno es la voz, tan versátil y bien afinada como entregada a cierto artificio en la pronunciación de canciones como el primer single, "Baila". Y otro es la composición. Está dicho que cada disco de su vida tiene su sello, y también su productor: Esta mujer ha grabado, en ese mismo orden 1989-2013, con Juan Carlos Duque, Claudio Quiñones, Gustavo Cerati, Andrés Levine, James Frazier y Cristián Heyne. Pero más allá de esos cambios ella llega a Panal como firmante de letra y música, autora de un repertorio solvente y maduro en sí mismo. Ahora que hay herederas como Javiera Mena, Francisca Valenzuela y más en el panorama, Nicole no sólo se instala con su nuevo disco en ese escenario; además se remonta al comienzo de esa genealogía pop chilena.

David Ponce

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