Richard Melville lo hizo de nuevo: Aunque cuenta con el inolvidable aval de ese disco de ocho singles y diez millones de copias vendidas llamado Play (1999), el artista conocido como Moby prefirió una vez más distanciarse de las soluciones que lo hicieron ilustre a comienzos de este siglo, para sumergirse en un viaje por aguas calmas en medio de mares gélidos. Nada nuevo bajo el sol polar del neoyorquino, quien en Wait for me (2009) y Destroyed (2011) ya había dado cuenta de las inquietudes que mantiene hasta la fecha, pese a que la anterior entrega reforzara en parte las dosis de ritmos.
Pero éste ya no es tanto un asunto de velocidades como de temperaturas y estados de ánimo, y en ese sentido Innocents, su más reciente trabajo, refuerza el tono introspectivo y crepuscular que siempre ha formado parte del abanico de este músico, aunque ahora de forma casi monopólica. Así, no hay cabida aquí para piezas con el perfil de "Honey" o "Lift me up". Menos con el de "Go" o "Feeling so real".
Así queda claro desde el arranque, con la dupla que amarran "Everything that rises" y "A case for shame", dos piezas con mayor vocación incidental que rítmica, y en las que de todos modos gobiernan los sonidos análogos y digitales, antes que los acústicos y eléctricos. Y si la tercera canción, "Almost home", suena esperanzadora dentro de su nostalgia, la quinta, "The perfect life", incrementa las dosis de esos elementos, hasta configurar un auténtico canto de alabanza para una misa en Harlem. Otras como "Don't love me", en tanto, portan la moral triphop de nombres como Morcheeba o Moloko, mientras que "Saints" se apunta como la única que incluso podría llegar a ser bailable. Como sello de arrastre, en casi todas ellas hay una voz afroamericana que emerge desde planos más y menos profundos, para poner el timbre de su autor.
Pero, como dijimos, siempre dentro de los márgenes que el músico maneja hoy, y en los que además de no haber cabida para la calidez, tampoco hay intención de volver a anotar un hit. A diferencia del Moby de 1999, el de 2013 difícilmente podría transformarse en el favorito de los publicistas. Pero aunque haya menos impacto, e incluso menos modernidad dentro de la electrónica y de su propio repertorio, en Innocents sí parece haber una persistente fidelidad a las inquietudes estéticas más personales. Con este disco, entonces, Melville ratifica lo que ya era evidente, pero que tal vez algunos viejos seguidores aún se negaban a creer: Que este artista, simplemente, seguirá haciendo los discos que le plazcan, y no los que otros puedan esperar de él.
—Sebastián Cerda