Lana del Rey fue la reina de la noche, demostrando que hay argumentos más allá del fenómeno que protagonizó.
Mauricio PérezEran las ocho con siete minutos de la tarde cuando el público dio un recibimiento caluroso a la banda escocesa Travis, que a esa hora del martes 12 de noviembre salió a tocar al escenario Movistar Arena de la capital. Era la atracción de semifondo del festival internacional celebrado esa noche en el recinto, y el grupo motivó por primera vez un entusiasmo generalizado entre la audiencia. Pero dos horas más tarde la ovación reservada para Lana del Rey confirmó que la mayoría estaba ahí para ver el debut en Chile de la cantante estadounidense. Y no se fueron defraudados.
Precedida por su explosiva irrupción en la industria musical el año pasado gracias al éxito de su disco Born to die (2012), la cantante llegó a Chile con un espectáculo basado sobre todo en ese trabajo y también en su más reciente lanzamiento, Paradise (2013): música nueva que demostró además su gran acogida en Chile. Unas ocho mil personas, según cálculos de los organizadores, llegaron al recinto, en su mayoría mujeres adolescentes que corearon en masa y de memoria casi la totalidad del repertorio de la cantante.
"Hay mucha gente aquí, es difícil de creer", fue el saludo de ella frente al fervor colectivo, antes de poner en marcha una puesta en escena fiel a la música y el gusto que ya ha mostrado en sus discos y videos. El de Lana del Rey en vivo es un sonido retro y etéreo, generado por una banda que incluye un cuarteto femenino de cuerdas, y encarnado en una cantante que, sin ser dueña de una voz vibrante, seduce al público con su carisma y con un aspecto tanto de pinup como de mujer fatal al servicio de una música que nunca acelera el pulso, y que por lo tanto aumenta el carácter hipnótico del espectáculo.
La complicidad con la audiencia es absoluta. Son estrofas completas de canciones como "Body eletric", "Born to die", "Dark paradise" o "Summertime sadness" las que la sala entera entona a voz en cuello entre declaraciones de amor a gritos por la cantante. La excepción es la cita que luego de "Without you" Lana del Rey hace a "Knockin' on heaven's door", de Bob Dylan: la única canción del programa que no es coreada por la audiencia. "Perfecto", dice ella como premio en una de las ocasiones en que habla en español en el show, entre gritos adicionales del público. "Nunca olvidaré que nos hicieron pasar una de las noches más maravillosas", agrega luego en inglés, hacia el final de un concierto destinado a quedar también en la memoria de miles de fans que la han visto por primera vez.
En las horas previas, el festival Indie Fun Fest se había iniciado con la descarga eléctrica y rockera de banda inglesa Palma Violets, marcada por su sonido de teclado, y con la dosis de hip-hop que arrojó a continuación la rapera española Mala Rodríguez, siempre desenfadada e incitante entre coros melódicos y rimas duras. "¿Cuánta gente de la que hay aquí va a tener sexo esta noche?", preguntó en una pausa. "Demasiado poco, ¿eh? No está bien eso", dijo luego ante la respuesta: No había tanto público todavía a esa hora, pero eso no restó intensidad a su presentación.
La diferencia la marcó Travis, que fue el otro punto alto de la jornada con un sólido repertorio de canciones recientes y éxitos tempranos como "Closer", "Sing", una versión acústica de "Flowers in the window" y "Why does it always rains on me?" para el cierre. Fue una noche de música internacional en Santiago de Chile, sumados los conciertos de Justin Bieber en el Estadio Nacional y de la banda metalera Meshuggah en el Teatro Caupolicán, en la que Lana del Rey puso la rúbrica con un rito de iniciación.