SANTIAGO.- Apenas estrenada el año pasado, la primera parte de "Juegos del hambre" marcó con buenas expectativas esto de llevar al cine alguna saga literaria juvenil que pueda seguir los exitosos caminos del niño mago de "Harry Potter" o los vampiros emos de "Crepúsculo".
Fracasos en este sentido ha habido muchos, pero esta segunda parte llevada al cine, "Juegos del hambre: en llamas", certifica la buena salud de esta saga que ha sido catalogada en su conversión en la pantalla grande por la prestigiosa publicación WIRED como "la Dark Knight de las películas juveniles". Y razón tiene.
Si en la primera parte el eficiente director Gary Ross supo sentar las bases de esta aventura futurista, ahora el cineasta Francis Lawrence en este cambio de mando lleva las cosas a un estado mejor. En la cinta previa nos quedó claro el universo de "Juegos del hambre": en un futuro oscuro, bajo un régimen dictatorial liderado por el Presidente Snow (un siniestro Donald Sutherland), la chica Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) formó a su pesar parte de una masacre "televisada" conocida como "Los juegos del hambre": violento y mortal certamen que enfrenta a representantes de distintos distritos y usado como medio de control de masas por el régimen de El Capitolio.
Katniss Everdeen rompió las reglas de ese juego y junto a su compañero de equipo, Peeta Mellark (Josh Hutcherson), con quien se hicieron pasar frente a las cámaras como enamorados amantes para sobrevivir (aunque ella no sentía nada por él y él, bueno, estaba y está enamorado), retaron el poder de la autoridad.
Ahora, en este secuela más oscura y realista, Katniss y Peeta deberán pagar las consecuencias de su desafío. Durante 146 minutos, que se pasan volando la verdad, el director Francis Lawrence desarrolla y expande este mundo futurista con este estilo "retro" convincente y aliado con los guionistas ganadores del Oscar, Simon Beaufoy ("Slumdog Millionaire"), Michael Arndt ("Little Miss Shunshine"), sabe donde apretar las clavijas en varios niveles.
Para empezar, esto de los juegos no sólo son los juegos en la arena de estos gladiadores del futuro. También tiene que ver con los juegos de poder y estrategias en distintos estamentos.
La idea del libro y además de las películas tienen que ver con jugar con lo oculto y lo que se ve de este show público y mediático usado por El Capitolio como forma de control.
De esta manera, hay en esta ficción una presencia constante de los shows "televisados", con público, luces, escenografías y con un sobreactuado -es la idea- Stanley Tucci haciendo de anfitrión, y tanto libros como película se enfocan en mostrar toda las bambalinas que hay detrás esta puesta en escena del régimen dictatorial.
Una historia heredera de la tradición de futuros pesimistas en la línea instaurada por George Orwell en la profética "1984", la de "Juegos del hambre" es entonces un manual de sobrevivencia estratégica y política donde Katniss Everdeen, la chica protagonista, no sólo debe ser la mejor guerrera. Además, debe mentir a los millones de espectadores, y fingir un amorío y apoyo al régimen que desprecia, para salvaguardar el bienestar de su hermana y madre.
En un tour de la victoria organizado como medio de propaganda, Katniss Everdeen y Peeta Mellark activan aún más, y sin querer, la llama de la rebeldía hacia el régimen del Presidente Snow y queda claro que la chica, cada vez más, se comienza a convertir en un símbolo de la resistencia frente al abuso constante y brutal de El Capitolio.
Lo interesante es que el personaje de Katniss Everdeen, interpretado con talento por la ganadora del Oscar Jennifer Lawrence, comienza a sentir una crisis personal por varios frentes: los traumas por los caídos y asesinados gladiadores en la primera parte la asedian, la mentira mediática que vive con su supuesto romance con Peeta le pasa la cuenta y la presión, sobre todo, de tener que ir a una nueva versión de los juegos del hambre: modificados especialmente para hacerla participar en ellos y así eliminar el riesgo que significa para el sistema.
"Los juegos del hambre: en llamas" es un producto de Hollywood, una superproducción que busca ser comercial. No nos olvidemos de eso. Pero por su propuesta inteligente, por el riesgo que toma en la duración de su metraje y por su mirada más realista y oscura respecto del pesimista futuro que muestra, esta apuesta se convierte en una agradable rareza en el mapa del Hollywood actual.
Esto no es una película pop corn más. No es "Transformers". Es mucho más y comparte más con el cine de ciencia ficción de los años 70s, como "THX 1138" y "Logan's run" y con el cine de Christhoper Nolan, que con la materia desechable de la que están hechos muchos de los éxitos de taquilla actual.