No descubrimos nada observando que Britney Spears ya no es la que fue. Luego de perder la cabeza entre 2006 y 2007, a la otrora indiscutida princesa del pop le ha costado retomar el ritmo que alguna vez la llevara a ese sitial, cada vez más lejano. Sin embargo, durante su crisis y tras la misma, al menos hay algo que la cantante pudo contar: Mezclando iniciativa y asesoría, de todos modos se las arregló para editar discos que no la deshonraran y que la mantuvieran dignamente en el ruedo. Blackout (2007) derrochaba autosuficiencia en plenos días de locura, Circus (2008) la mostraba con ganas de dejar la oscuridad atrás y hasta se matriculaba con varios aspirantes a hit, mientras que Femme fatale (2011) la trasladaba correctamente a la pista de baile.
Pero la última brújula que la cantante aún no perdía, al parecer ahora también se le extravió: Con el reciente Britney Jean, Spears cuaja uno de sus discos más flojos y, lo que es peor para sus aspiraciones y reputación, probablemente el más bajo en la hornada que desde septiembre a la fecha vio salir álbumes de Miley Cyrus, Katy Perry y Lady Gaga, rivales directas en la disputa por el principado.
Cuesta reconocer a la norteamericana en este octavo trabajo, inscrito hasta la médula en una electrónica tosca y algo demodé, que recuerda a las variantes de gimnasio y a esos años en que nos visitaba cada semana "el dj número uno del mundo", entre otras dinámicas que ya nadie extraña. "It should be easy", con will.i.am, resume todos esos recursos en un resultado de todos modos radial, al igual que "Tik Tik Boom", con T.I. Porque el "con", aquí también es relevante: No por nada Britney Jean suma la insólita cifra de 17 productores, algunos especialmente notorios.
Es el caso de David Guetta, último bastión de una electrónica masiva y catártica, y cuyos retorcijones digitales, crescendos hacia el clímax y otras resoluciones habituales en su naipe, abundan en este trabajo. Hay excepciones, por cierto, como el tono sentido de "Perfume", uno de los pocos momentos en que parece escucharse a la verdadera Britney Spears, sin tanto vocoder, auto-tune y otros trucos que taponean el registro caramelizado que la hiciera insigne, por mucho que ahora esté lejos de sus mejores días.
Con más actitud que sentido estético —y hasta con un recado pertinente para la creciente fauna de cazafortunas en la farándula gringa—, "Work Bitch" es una de las piezas que salva la plata en un trabajo que cuesta tragar, pero que también da cuenta de un modo de operar que consolará a los fans más preocupados, al evidenciar que en la "lógica Britney" las caídas se pueden revertir. Sólo basta con elegir refugio sonoro y reclutar a otra veintena de productores afines. Y si en ambos casos la elección fue la correcta, ya estaremos enrielados otra vez.
—Sebastián Cerda