El músico mezcló todos sus éxitos con otros temas menos conocidos y covers de su gusto. La fórmula resultó infalible.
Cristián Soto L.Dijo muchas cosas Stevie Wonder la noche del martes 10 de diciembre en su debut en vivo en Chile. Dialogó desde el primer minuto con el público, dedicó el concierto a Nelson Mandela, mandó un saludo a Barack Obama, impartió clases de canto improvisadas en masa, respondió a declaraciones de amor una y otra vez, deseó feliz Navidad en inglés y español, contó historias de familia junto a su hija, Aisha Morris (corista de su banda), y en especial en una de esas muchas frases retrató por completo la inspiración que dejó en el aire su concierto.
"Si no se saben la letra sólo canten", invitó en un punto del show, entusiasmado y sin dejar de tocar el piano: "La la la".
Era pleno fragor de "My cherie amour", una de sus canciones perfectas, y la invitación confirmó en palabras cuál es el poder de la música del cantante, autor y compositor estadounidense. El concierto de Stevie Wonder en Santiago fue muchas cosas: Una visita pendiente por demasiados años, un recorrido por las más de cinco décadas de historia de este artista, un derroche de oficio y de arreglos musicales a cargo de una banda de quince integrantes en escena, un encuentro cálido y cercano como pocos músicos internacionales han logrado entablar en vivo en Chile. Pero sobre todo fue una celebración de la música como una fuente pura de goce. Y la evidencia literal de cómo una melodía es capaz de transportar ese goce colectivo que experimentó el público, aunque no supiera la letra.
La fiesta empezó temprano, desde el minuto en que el cantante apareció por uno de los lados del escenario de Movistar Arena, pasadas las 21:15 horas y ante unas nueve mil personas, según estimaciones de los organizadores. Premunido de unos vistosos anteojos de marco anaranjado y de un teclado de mano, comandó la apertura del concierto al son inmediato y febril de "How sweet is (To be loved with you)", de Marvin Gaye, para partir el viaje honrando a un gigante de la música soul. Encomendado a semejante figura, Stevie Wonder no perdió tiempo y de inmediato se dedicó a hacer cantar al público inventando el verso "I'm in Chile and it's hot", en el primero de muchos momentos en que iba a juguetear con la palabra "Chile" como letra para sus improvisados coros. Y a partir de entonces fue desgranando un repertorio bien balanceado entre una mayoría de canciones propias, un par de versiones de otros artistas y casi la totalidad de sus grandes éxitos.
El poderío funk sabroso de ese solo preámbulo partió situando este concierto a la altura de visitas legendarias, como la primera de James Brown a Chile, hace ya más de una década y media. Y en adelante sonaron en este orden, entre otras, la cadencia reggae de "Master blaster (Jammin')", una versión de "The way you make me feel", de Michael Jackson; la sensible dupla de baladas entre "Keep our love alive", en tributo a Mandela, y "Lately", separadas por el recuerdo ochentero de "Overjoyed". Sobrevino luego una trilogía de canciones de su disco Innervisions (1973), entre "Golden lady", la sabrosa versión salsera de "Don't you worry 'bout a thing" —que dio pie en el público a un coro femenino y a otro masculino dirigidos por el cantante desde el escenario— y "Living for the city". Y minutos más tarde estaba tocando sus tempranos éxitos "Yester-me, yester-you, yesterday" o "Signed, sealed and delivered", como prueba además de la agilidad con que Stevie Wonder puede poner marcha atrás y adelante en su historia a lo largo del concierto.
La misma dinámica ejercita el anfitrión en sus movimientos sobre el escenario, ya sea cantando de pie, sentado frente al piano de cola o a cargo de los dos teclados instalados al centro. Del primero de ellos extrajo en dos oportunidades inolvidables la cosquilla instantánea de ese sonido de clavinet, que es la marca registrada de dos de sus impactos mundiales: "Higher ground", que hizo saltar al público de sus asientos casi al comienzo, y "Superstition", el cierre inapelable del show después de dos horas y cuarto de entrega. En medio, generoso, Stevie Wonder no se guardó casi ninguno de sus hits, y en vivo desfilaron "You are the sunshine of my life", la mencionada "Isn't she lovely", una nueva cumbre melódica en "My cherie amour", la infaltable "I just called to say I love you" y, para el cierre, otra muestra de su oficio: Ya había empezado a tocar "Superstition" cuando, después de la primera estrofa, dijo "No podemos irnos sin tocar esta canción". Sobre la marcha, entonces, en un segundo puso a toda la banda a tocar "Sir Duke", su animoso homenaje a Duke Ellington. Fue nada más que un pasaje de esa canción, para volver luego a "Superstition" recibida con una segunda ovación, pero sobre todo para probar de qué manera, después de más de medio siglo de carrera, el goce de la música sigue siendo el instinto absoluto de Stevie Wonder: El mismo goce con que sedujo a la audiencia chilena en otro concierto histórico de esta temporada.