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Prográmaton

El grupo explora en los mismos elementos que le permitieron dejar alta la vara en sus dos discos anteriores, y el resultado no defrauda: Los mexicanos siguen mostrando firmeza y escalando posiciones en la esfera latina, aunque en Chile muchos aún no logren enterarse.

22 de Diciembre de 2013 | 11:02 |
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Vuelve el grupo mexicano de los discos con títulos extraños, de las polémicas con Beto Cuevas, de un luminoso unplugged para MTV y... el que no ha logrado entrar en el gusto del auditor chileno. A pesar de plantar la semilla en nuestro único Vive Latino a la fecha (2007), y de contar con discos tan prometedores como Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Vía Láctea (2006) y Reptilectric (2008) —amén del mencionado acústico Música de Fondo—, hasta hoy no hay manera de que Zoé se instale de manera definitiva en el mercado local.

¿Responsabilidades? Depende del cristal con que se mire: Falta de un trabajo de sello, privilegio de otras plazas por parte de la propia banda o, simplemente, que su propuesta no ha resultado compatible con el aquí y ahora del auditor local. Sin embargo, hay un elemento al cual no se debería apuntar: La factoría de los discos y el peso artístico del quinteto, dueños de un rock cuidado y elegante, inscrito en corrientes deudoras del pop y la psicodelia (el alguna vez llamado rock sónico).

Esos mismos elementos que mezclaron en los mencionados Memo Rex... y Reptilectric se revuelven ahora en Prográmaton, disco que nuevamente baraja las cartas de la electricidad, los teclados y los efectos para iniciar una nueva partida. Las terminaciones de largada, eso sí, no son todo lo finas que se hubiera esperado: En "10 A.M." y "Cámara lenta" los motores recién están calentando, y el avance de la máquina tiene algunos trastabillones. Sin embargo, desde el tercer track la placa entra en velocidad crucero, partiendo con "Dos mil trece", una pieza de inmensidad espacial, que mezcla sutileza y explosión en similares porcentajes.

"Fin de semana" mira al romanticismo desde la luminosidad y el ritmo, mientras que "Arrullo de estrellas" ya se mete de lleno en ese terreno. Aunque sin ninguna clase de aspiraciones sinfónicas, "Ciudades invisibles" cita a los Queen de "Bohemian Rhapsody" y, hacia el final, "Andrómeda" ofrece un paréntesis floral y acústico.

Quizá el único talón de aquiles siga estando en las letras, que apuestan por la sonoridad y los versos aislados, antes que por un tejido unitario y determinante. Una forma válida de encarar los textos —bien lo sabe Cerati—, que sin dudas aporta en las texturas y en el resto del plano sensitivo, aunque también abre la puerta a jugadas definitivamente erráticas. Pero, como decimos, son apenas momentos, que al final pasan colados en un trabajo que logra redondearse y cerrar, y que, quién sabe, quizás permita que Zoé de una vez por todas entre a Chile por la puerta ancha, para quedarse un buen rato.

Sebastián Cerda

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