No parece casualidad que en este disco haya dos tipos de fotos oficiales de Melendi: peinado y desgreñado. "Me gusta en orden" y "Me gusta en desorden" son las opciones para entrar a su sitio web según el look de la imagen que los seguidores elijan ahí para jugar a darle un "like". Y aparte el juego sirve como una guía para escuchar a este cantante asturiano, que en 2013 demostró en vivo el arrastre entre sus primeras fans en Chile, previo a obtener un puesto en el jurado del Festival de Viña este verano.
Tras seis discos grabados entre 2003 y 2012, Melendi se muestra en Lágrimas desordenadas como un tipo ordenado en baladas con arranque de piano como "De repente desperté" o "Cheque al portamor". Pero son canciones que parecen de amor sólo hasta que asoma el veneno de versos como "Tú que prefieres un peso que un beso / y yo que no tengo un puto duro". Porque lo que abunda aquí es el Melendi desordenado, que empuña una guitarra eléctrica, mastica las estrofas dramáticas de un relato sobre pedofilia en "La tortura de Lyss", o canta cosas como "Dice la gente que mientes / que te vieron con ese mamón", en una letra donde certeza rima con cerveza y con un bar como escenografía.
A distancia de cantantes pop hispanos más compuestos como Álex Ubago o Pablo Alborán, a Melendi le sirve un poco más de ADN rockero para marcar la diferencia. Nadie está libre de etiquetas, en todo caso, de modo que el asturiano ha sido comparado con Arjona. Y más allá de la impresión a primera escucha, basta oír todo el comienzo de la canción "Aprendiz de caballero" para que lo que salte al oído sea en realidad la voz de un aprendiz de Joaquín Sabina. Y así avanza el disco: Luego, en el estribillo de "Aufototos", Arjona vuelve a ponerse en ventaja, pero Sabina contragolpea en la jugada siguiente con "Mi primer beso", en una similitud vocal a prueba de espejismos. Son dos coordenadas bastante útiles para saber a qué influencias atenerse con Melendi.
—David Ponce