EMOLTV

Vengo

Con mucho que decir en letra y música, la más internacional rapera y cantante chilena confirma en su cuarto disco que el mejor modo de ser global es tener los pies en la tierra.

18 de Abril de 2014 | 11:41 |

Basta haber visto a Ana Tijoux durante los últimos años en festivales nacionales e internacionales o en actos y manifestaciones callejeras para apreciar cuántas de sus canciones la gente ha hecho suyas. Niños, jóvenes y adultos se saben no sólo coros sino rimas completas de "A veces" (de su primer disco, Kaos, 2007); de "1977" o "Partir de cero" (de 1977, 2009) y sobre todo de "La bala", "Shock" o "Sacar la voz" (de La bala, 2011). Son pruebas sucesivas del poder concentrado de la canción, tal como ahora Vengo (2014) es de punta a cabo la prueba más reciente del poder expandido de un disco.


Ana Tijoux es la más internacional cantante y rapera chilena, y fiel a esa condición, su cuarto álbum es un trabajo cosmopolita y universal. En música y palabras. Muchas palabras: todo lo que tiene que decir aquí amerita un índice temático, por lo relevante y bien enfocado. Sostiene una identidad y hasta una fisonomía americanas desde el inicio en "Vengo", donde refiere "la historia de una tierra saqueada" y dibuja un retrato hablado "con nuestro pelo negro / con pómulos marcados / con el orgullo indio / en el alma tatuado". Se muestra antibélica en "Oro negro", revindica una emancipación política en la explosiva "Somos sur" con versos globales como "Ni África ni América Latina se subastan" justo antes de rimar "saqueo" y "pisoteo" con el nombre de Matías Catrileo, joven mapuche asesinado por la policía chilena en 2008. Canta también sobre mujeres emancipadas en "Antipatriarca" y sobre afirmación personal, que es igualmente afirmación de mujer, en "Somos todos erroristas". "No voy a pedir permiso / ni pedir la palabra / el que quiera escucharme / bienvenido en esta sala", dice ahí, si se trata de tomar la palabra.


Más directo aún es citar el primer verso de la canción "Todo lo sólido se desvanece", que es una pregunta: "¿Cómo sería este mundo sin capital?" Y todo lo que tiene de concreto ese cuestionamiento lo tiene de evocador el recurso que pone en práctica en "Río abajo", donde Ana Tijoux elige un elemento natural, el agua, como fuente de múltiples personificaciones poéticas. Es una canción creciente, llena de símbolos entre el chubasco, el rocío o los campos de hielo, y puntuada por rimas como "No quepo en tus embalses ni me atrapan tus represas", "no me encierran tus botellas" y "no hay minera que pueda sustraerme". Luego va más allá y en la meta-poética "Delta" rima sobre el acto de rimar. "Rimar es mi academia y a veces mi dilema", contrasta. "Vivir lo que se escribe y escribir lo que se vive / desvivirse con el texto, desvestirse por completo", propone en el coro. "Escribo, luego existo", concluye. Y es del todo coherente que haya una línea sampleada, de René Descartes nada menos, en el arte poética de una rapera.


Ana Tijoux sabe mezclar pedagogía con amor en "Los peces gordos no pueden volar", metáfora dedicada por una madre a su hijo con versos tan sugestivos como "Soy otra madre que duerme poco pero sueña mucho / que aprende más de sus hijos que del mundo adulto" y tan específicos como "Kidzania no es un parque y el mall no es una plaza y ese celular a los amigos no reemplaza" si hay que hablar claro. En contraste con Kidzania o el mall, la casa y el barrio son los domicilios en la canción "Creo en ti", con una serie de convicciones enunciadas a dúo con Juan Ayala, el cantante de Juana Fe, bien resumidas en líneas como "en lo pequeño radica la fuerza (…) empezar por nuestra casa primero". Esa base sonora, hogareña y cálida, termina mezclada sin fisuras con una banda de bronces y unos sones de fondo que lo mismo podrían ser los de una manifestación callejera o el eco de la propia respiración.


Desde la casa y el barrio el telón de fondo pasa a ser la ciudad completa en la crítica implacable de "No más": "Edificios cancerosos, apilaron numerosos en bloques de cementos altos y furiosos (…) Lo llamaron desarrollo, crecimiento / Del barrio sólo quedaron los cimientos" rima ahí Ana Tijoux. "Taparon la cordillera / taparon con Costanera", agrega, en un verso que se va a entender en Santiago de Chile mejor que en ninguna otra parte, alusivo a la misma cadena de retail que lucró con el terremoto de 2010 y que en estos días lucra de nuevo sin vergüenza con el incendio de Valparaíso. "No más los monstruos en la ciudad / No más, el globo va a reventar" es el coro, y cuando parece suficiente viene el contraste final con un repaso a las "soluciones habitacionales" correspondientes: "Vida moderna / donde los pobres se expulsan porque dan vergüenza / haciéndolos vivir en casitas que llaman vivienda".


La producción musical de Vengo está en especial certera en ese punto. En toda la primera parte de "No más" la voz de Ana Tijoux se escucha en alta fidelidad, con una melodía delicada y envuelta en uno de los arreglos más finos del disco; en cambio en las líneas finales viene un cambio de registro, la voz queda ensombrecida por una definición más baja, que sugiere en efecto un cambio de locación hacia cualquier lugar en la periferia de la ciudad, y todo culmina en un arreglo de cuerdas para redondear el dramatismo. Es música, materia abstracta, pero es una buena respuesta a la pregunta sobre cómo el arte puede ser atendible en el propósito de reflejar una realidad y provocar una reflexión.


Producido por el multiinstrumentista Andrés Celis con la participación del guitarrista Pera Prezz y de la propia Ana Tijoux según los créditos, Vengo tiene tanto que decir en las letras como en la música. Un encuentro bien logrado entre familias completas de timbres define esa producción musical, desde las cuerdas acústicas latinoamericanas (charango, cuatro) y los vientos andinos (quena, quenacho) hasta un frente de bronces (trompetas, trombones y saxos) y un trío de cuerdas (violín, viola y chelo), sumados a guitarras, teclados y scratches de DJ. La lista de músicos invitados es de proporciones, y es mérito absoluto haber orquestado tal cantidad de recursos con equilibrio. Por si fuera poco llegan los invitados a sumar carácter al disco, desde cantantes como RR Burning en la íntima "Emilia" hasta el timbre de voz profundo de las rimas de Hordatoj y esa banda de bronces donde resuena la caja de Tyco Ramírez, fundador de la duradera tropa de lakas o zampoñas Manka Saya, junto a músicos de la Banda Conmoción como Pablo Morales, Daniel Trincado, Leonardo Fecci y Héctor Echeverría, este último a cargo del arreglo de vientos.


Sobre esas bases, la maestra de ceremonias viene a confirmar en gran forma su doble oficio de cantante y rapera. De las diecisiete canciones del disco, con la excepción de las dos instrumentales, a grandes rasgos cinco son rapeadas, cinco son mixtas entre rimas y melodía y otras cinco son cantadas: O sea tres tercios exactos que corroboran la versatilidad de la autora. Cuando canta, Ana Tijoux propone melodías sensibles en "No más", "Oro negro" y "Río abajo", esta última con una entonación que aumenta el poder de las imágenes de la letra. Y en ese repertorio están también las canciones que hizo para las series de TV "El reemplazante" (2012) y "Adictos al claxon" (2013), que son "Mi verdad" y las voces de taxistas de diversos países que se oyen en "Rumbo al sol" sobre la conmovedora base acústica de Ramiro Durán.


Cuando rapea, Ana Tijoux marca en ocasiones esa acentuación aguda presente ya en sus años en Makiza a fines de los '90 y que hoy es parte de su prosodia personal, cuando en la canción "Somos sur" pronuncia omitidós o invisiblés, como si fuera una herencia del francés de la infancia. En la misma canción descolla lo vivo de su oratoria en el modo en que invoca a la Niña María o al Caballito Blanco en unos versos listos para poner a saltar a las masas. Y otro estímulo es la forma en que dosifica el volumen de la voz en la enumeración de países de esa letra, que parte agazapada entre Nigeria y Costa Rica, se levanta entre Camerún y Tanzania y termina lanzada a la explosión en la frase "Yo te quiero libre, Palestina" justo antes de que el micrófono quede en manos de la rapera inglesa de origen palestino Shadia Mansour, otra de las invitadas a poner más mundos en juego en el disco.


Contingente por definición, esta música incluso deja entrever algún destello de la canción comprometida chilena de los años '60: Más allá de las quenas y charangos, es ese momento de "Vengo" en el que Ana Tijoux alude al "hombre nuevo" sobre el verso "El brillo de la vida que habita en el hombre nuevo". Pero al mismo tiempo se hace cargo de cuestiones tan actuales como la coexistencia entre el underground y la gran industria. MC Niel, rapero del colectivo Habitación del Pánico generado en torno a Hordatoj y también invitado aquí, toca ese punto cuando en "Delta" rapea "Somos felices no importa el escenario que pise / sea en un festival masivo o bajo tierra con lombrices, son mis raíces".


Y ésa es una declaración coherente con haber visto a Ana Tijoux no sólo dando sentido y contenido a un festival transnacional como Lollapalooza en 2014, sino tocando en un escenario de tablas junto a raperas como MC Michu y raperos como J Joints, Portavoz o Liricistas en una toma del liceo Confederación Suiza en 2012, por ejemplo. Es un logro que música como ésta tenga los pies en la tierra y desde esa lucidez permee a la bandas sonoras de la TV local e importada, a la distribución de un sello con sede en EE.UU., a la colaboración con estrellas del pop global, a la participación en festivales extranjeros, a las nominaciones a premios como el Grammy y a lo que haya por venir. Vengo es un lujo donde lo pongan. El lujo de que ésta sea música chilena en circulación por el mundo.


David Ponce

EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?