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En rodaje

Ante seis mil fans incondicionales, el cantante español dio el martes 20 de mayo un concierto a ratos desprolijo que no dejó dudas, sino certezas, sobre las limitaciones de su voz. El problema no es tanto usar los trucos del estudio de grabación en sus discos. El problema es no usarlos también en vivo.

21 de Mayo de 2014 | 12:48 |
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''Ya, ahora canten ustedes''. Entregarle versos al público es uno de los trucos de Iglesias en los tonos que lo complican. Y, en honor a la verdad, la gente termina cantando bastante mejor que él.

Christian Zúñiga

Si existe un manual de palabras clave para poner en escena un show de Enrique Iglesias, karaoke debe ser una de las indispensables. Para algunas superestrellas de la música el recurso de dejar que el público cante será un modo de prender la fiesta, de lograr momentos épicos o incluso de engrandecer el ego. Para Iglesias, a juzgar por lo que mostró la noche de este martes 20 de junio en Santiago de Chile, el karaoke es algo más crucial: en ocasiones es lo que mejor funciona en el show.


El requisito básico para el coro de masas estaba. Unas seis mil personas llegaron a ver al cantante español a Movistar Arena, según la estimación de los organizadores. Un noventa y cinco por ciento de ellas eran mujeres, según el cálculo que el propio Iglesias hizo sobre el escenario en medio del concierto. Y sobre esa base confiable de fans incondicionales el astro vino a confirmar en partes iguales su popularidad y sus escasas dotes vocales. La diferencia es que dejó alguna duda posible en cuanto a su arrastre, por el hecho del que el recinto estaba dispuesto a poco más de la mitad de su capacidad. En cambio acerca de sus problemas de voz no quedaron incógnitas sino certezas.


A sus 39 años y tras casi dos décadas de exitosa carrera discográfica global, Enrique Iglesias ha dado pruebas de tener a su servicio a la industria musical en su máxima expresión, con ofensivas orientadas a mercados de diversos idiomas, con dúos junto a decenas de figuras desde Marco Antonio Solís o Romeo Santos hasta Kylie Minogue o Jennifer Lopez por citar sólo "Sex and love", su flamante disco de 2014, y en especial con los recursos técnicos de producción musical propios de las grandes ligas del pop. Y es ese último factor el que queda más al descubierto al presenciar su espectáculo en vivo, cuando no es posible usar el estudio de grabación para maquillar las fallas.


El problema no es usar los trucos del estudio de grabación. El pop en buena parte se trata de eso. El problema, en este caso, es no poder usarlos bien además en vivo. Iglesias no sólo tiene un timbre débil y con cierta tendencia nasal, sino sobre todo una voz de afinación insegura que en el mejor de los casos es irregular, y que se vuelve abiertamente destemplada en canciones como "Cuando me enamoro", de su disco previo, "Euphoria" (2010), grabada a dúo con Juan Luis Guerra. Sobre todo le pasa en "Be with you", donde resulta difícil creer que de verdad Enrique Iglesias pueda desafinar como lo hace cada vez que tiene que cantar el verso "I just wanna be with you". Entonces es el momento de la palabra clave: es la gente la que hace karaoke en ese verso, y es mejor que así sea, tal como ocurre también en "No me digas que no", en "Bailamos", en "Cuando me enamoro", en "El perdedor" y a todo lo largo del concierto.


La música, responsabilidad de una banda de siete integrantes, es en paralelo una continuidad a ratos gruesa de distintas etapas, tras un arranque pop a toda máquina con "Tonight" a partir de la demostración de actitud con que Iglesias canta el verso principal en sus dos versiones: "Tonight (I'm lovin’ you)" y "Tonight (I'm fuckin' you)". Llega luego un momento de flamenco de utilería a dos guitarras electroacústicas, como preámbulo para "Bailamos". A continuación, con la mayoría de los músicos al frente de escenario en un set más acústico, hace su entrada el concentrado de bachata por cuenta del bongó, a contar de la citada "Cuando me enamoro" y de "Loco", su impacto junto a Romeo Santos, también del disco nuevo. Y futuros momentos serán, al cabo de catorce canciones en menos de hora y media de trabajo, el cierre bailable con "I like it", a dúo con Pitbull en el original, y el recuerdo de su temprano hit "Por amarte", del disco debut "Enrique Iglesias" (1995).


Y ése es el momento más desajustado de la jornada. Santiago de Chile fue la parada inicial para una serie de fechas que Iglesias cumplirá en los próximos días en Argentina, México y otros países, y en este caso lejos de ser un privilegio fue una complicación. El de aquí fue un show en rodaje, con ciertos problemas visibles de coordinación entre los músicos en ese segmento acústico central, o de luces apagadas por largos segundos al comienzo de otra canción, o de improvisaciones en la elección del repertorio sobre la marcha, o de diálogos internos (en inglés) y explicaciones del cantante al público (en español) como "Ésta no la hemos ensayado porque tenemos dos versiones" o "Por cierto tengo las letras aquí, por si acaso me veis leyendo. Es que a veces las tocamos y a veces no".


Todo lo cual termina de transformar la sesión, en esos momentos, casi en un ensayo con público. Y de paso, en esos momentos también, en uno de los espectáculos defectuosos recalados por acá en las últimas temporadas de conciertos internacionales en Chile, situación difícil de entender dado el supuesto status de calidad de este tipo de presentaciones. Los problemas vocales sumados a las improvisaciones en escena logran en definitiva la paradoja de que Iglesias se muestre con honestidad, por efecto del contraste entre el error real en vivo y la sobreproducción artificiosa que define todos los demás aspectos de su carrera. Con la voz tampoco tiene sentido disimular, porque ya en la cuarta canción, si no antes, se hace evidente el uso de pistas pregrabadas, cuando se oyen coros polifónicos en momentos en que nadie salvo la corista hace siquiera el ademán de abrir la boca. Y en muchos instantes en que él deja el micrófono de lado, la voz sigue amplificada, como cuando protagoniza sendas estampidas de fans al arrojarse contra las rejas a ambos lados del escenario.


La pasión de la audiencia hace el resto. Con todo el oficio de un astro del pop, Enrique Iglesias alimenta esa comunicación capturando fotos y videos con las cámaras del público, regalando globos blancos gigantes, rompiendo de verdad la barrera física de lejanía con la audiencia o revelando que su primera novia fue chilena e inspiró su canción "Por amarte". Hacia el final aparece en una tarima más pequeña, situada al otro extremo del recinto, donde escoge a una niña de muy corta edad que lo acompaña a cantar "Héroe". Se llama Daniela, tiene unos bonitos anteojos y un buzo con la inscripción de un colegio de San Bernardo en la espalda, y se ve entre paralizada y estimulada por la experiencia religiosa de estar con el ídolo en carne y hueso abrazado a ella y rodeada por miles de personas y smartphones prendidos. Y hasta entonces han sido las pistas pregrabadas, los músicos de la banda, la corista del grupo o las seis mil fans en la Arena, pero en este momento es Daniela, de San Bernardo, la que hace el trabajo. Ella canta. Y mientras más fans canten a coro con este hombre es mejor. Él lo necesita. Enrique Iglesias se debe a su público.

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