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Así fue la vida de la Nobel de Literatura Nadine Gordimer, defensora de los DD.HH.

La escritora sudafricana centró toda su vida y obra en la búsqueda de la igualdad en su país, especialmente en el periodo del apartheid.

14 de Julio de 2014 | 12:35 | EFE
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Gordimer falleció el domingo a los 90 años.

AP.

SANTIAGO.- "Yo soy africana y el color de la piel no importa". Así de rotunda se mostraba la Premio Nobel de Literatura Nadine Gordimer, una sudafricana de origen europeo que siempre reivindicó su identidad africana.


Fallecida el domingo a los 90 años, Gordimer fue durante toda su vida una luchadora contra el apartheid, el régimen de segregación racial vigente en su país durante 44 años, además de ser una defensora de la tolerancia y un ejemplo de la literatura comprometida que ella pedía a sus colegas.


Valores que promovió en sus obras y también en rotundas declaraciones que le hicieron ser voz de los más débiles en todos los rincones del mundo.


"Nací allí, me crié en el seno de una comunidad blanca segregada y ya en mi adolescencia vi que algo no funcionaba", dijo en el año 2007. A los 18 años vio que "tenía más en común con los jóvenes negros que con los blancos, sólo interesados en las actividades de la comunidad blanca".


A pesar de todo, Gordimer se quedó en Sudáfrica y decidió no abandonar su país en momentos de "desesperación". "Fue lo mejor que hice", afirmó en diversas ocasiones la escritora, que siguió luchando siempre por la normalización de la situación social en su país.


Un régimen que la escritora, de origen judío, comparó con los "brutales métodos de Israel en los territorios palestinos",con la diferencia de que durante el "apartheid" la minoría blanca no reivindicó "una sola pulgada de todo el continente africano", según afirmó en una entrevista con "The Jerusalem Post" en 2008.


Uno de los elementos que heredó el país de aquella época y que más preocupaban a Gordimer -lo reflejó en su obra "Un arma en casa"-, era la enorme proliferación de armas en Sudáfrica y en otros países, como Estados Unidos.


"Un arma en la casa es como tener un gato, todo el mundo tiene un gato, ahora todo el mundo tiene un arma", afirmó.


Defensora de los Derechos Humanos


Pero más allá de su país, Gordimer fue una gran luchadora por los Derechos Humanos, en su concepto más global.


Pidió reiteradamente que la alfabetización se convirtiera en un "derecho inalienable".


"La alfabetización es la base de todo aprendizaje" porque el lenguaje "fue y sigue siendo la capacidad milagrosa que el ser humano posee como único ser dentro del milagro de la creación".


Lo que debía llevar a redefinir el concepto de pobreza "ya que no pasa sólo por lo material sino que también debe incluir la pobreza de la mente que genera el analfabetismo", un problema que calificaba de "crimen contra la humanidad y contra la plenitud de la vida porque impide el placer del arte y de las ideas".


Aseguró, por otro lado, que estaría "muy decepcionada" con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, no levantaba el bloqueo económico a Cuba.


Soñaba con un futuro con "justicia humana extendida a todos". "Hay que comenzar primero por lograrla en un país y de ahí es muy importante hacer conexiones".


Y consideraba que en la lucha por ese mundo mejor y más tolerante, los escritores tenían un papel esencial.


"Vivimos en una época de terror que confronta al hombre y que le oscurece proyectando largas sombras que le impiden descubrirse a sí mismo", y en la que los artistas deben buscar el sentido de la barbarie y el terrorismo, y entender a los actores y víctimas de esos fenómenos.


De ahí la importancia de los escritores "porque tienen que ser capaces de analizar los problemas". "Nosotros podemos ir más allá del análisis periodístico".


"Como autores no podemos caer en la indulgencia de creer que podremos sembrar la bandera de la libertad en cualquier territorio sin ir a las raíces y buscar las causas profundas", señaló en una conferencia magistral en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2006.


Gordimer lamentaba la falta de compromiso social de los intelectuales de fin del siglo XX, sobre todo europeos, y defendía una literatura "que diga lo indecible y exprese lo impronunciable". Siempre decía lo que pensaba y no lo que la gente quería oír. "La verdad no siempre es bonita, pero el hambre de ella sí", dijo en una ocasión.

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