Liniers y Johansen conversando en público. La dinámica es tan habitual como el dibujo y la música, en la fórmula de esta singular dupla.
Cristián Soto López"Estamos felices de estar en casita", dice Kevin Johansen transcurridas un par de canciones, la noche del miércoles en Nescafé de las Artes. El uso del diminutivo en cualquier otro sonaría a sobajeo fácil en el siempre débil lomo del público, pero no ocurre así con el argentino, que a este lado de la cordillera suma más presentaciones al año que varios locales (de hecho, su regreso ya está fijado para el 6 de diciembre, en la segunda edición del festival Despierta).
De ahí la señal de cercanía, que a la larga terminará siendo exactamente eso: Una señal de lo que en adelante vendrá. Porque en su tercer paso junto al dibujante argentino Ricardo Siri (Liniers), la dupla se empeña en plantarse ante la audiencia como en el living de su propia casa, y ella responde de la misma manera: Sintiéndose en plena confianza para hacer y deshacer con los anfitriones.
Una dinámica que abre de entrada, tras el encendido de motores que marca "Amor finito" y los tonos andinos de "Baja a la tierra", dos temas del que a la fecha es el último álbum del cantautor (Bi, 2012). Hasta entonces, Liniers aún usa más el pincel que el micrófono, para ilustrar con motivos alusivos a cada canción, en obras que se proyectan en directo en la pantalla de fondo. Aunque sólo está entrando en terreno, como lo demuestra al tomar un "te amo, Kevin" que llega desde el público, para subir al columpio a su amigo músico.
Pero está medido el dibujante. Si en el paso anterior (cuando a brochazos pintó un gran lienzo al fondo del escenario) parecía un animal recién liberado de su jaula, verborreico y agotador, esta vez la dupla parece haber encontrado el punto exacto de convivencia, con intervenciones que terminan por enmarcarse adecuadamente en el carácter íntimo de la velada.
Porque a diferencia de otras ocasiones, en las que Johansen se ha valido de una nutrida banda para explotar los tonos de fusión latinoamericana que abundan en su repertorio, esta vez el argentino vino con dotación mínima, apenas acompañado de guitarra, bajo y batería. Pero ello no redunda en precariedad, sino en la apertura de una ventana hacia las entrañas de cada tema, que a ratos parece ser el objetivo premeditado. Como en "No voy a ser yo", cuando el cantautor habla de su génesis como canción de "macho resentido", para que luego Jorge Drexler la transformara en una de "entrega masculina", mientras que en tierra derecha el sello jazzístico del bajo asoma como nunca antes. "No seas insegura", en tanto, suena aún más seminal, en versión casi digna de un unplugged.
Liniers, por su lado, dibuja con el trazo infantil que lo caracteriza, y que en el margen acotado de una canción se vuelve aún más rudimentario, aunque también hay momentos en que muestra lo mejor de su muñeca. Como en "My name is peligro", cuando plasma en el papel a un vaquero viejo cabalgando sobre un caballo de palo, en el lejano oeste; o en "La hamaca", cuando se permite imprimir a personajes emblemáticos de sus historietas, como Fellini.
Pero no fue lo único: Siri también se dio permisos musicales, como su sorprendente intervención con la armónica en "McGuevara's o CheDonald's", o su decepcionante performance con el mismo instrumento en otras intervenciones vestidas de humorada, pero que acaban por manchar la canción.
Pero si se mancha o no, termina por no ser relevante en el contexto de este espectáculo, que no puede ser evaluado según las lógicas de un concierto, sino más bien bajo las del teatro o el café concert. Desde ese prisma, eso sí, mejor sería no repetir tallas que arrastran desde el minuto uno de esta sociedad, como aquella en que Liniers recrimina a Johansen por hablar de un "túnel sin salida" en "Desde que te perdí", ya que en realidad tal cosa sería más bien "una cueva". Y sería preferible, sobre todo, porque es la espontaneidad el bien que aparenta estar mejor posicionado en la dupla, y que sacan a relucir especialmente en sus momentos de interacción con el público.
"Vamos a terminar como Molotov", ha dicho Johansen al inicio del concierto, cuando explica que el tono pausado es sólo para la partida, ya que al final vendrá una fiesta con decenas de chicas desaforadas sobre el escenario, a la usanza del cuarteto mexicano. Todos ríen con la broma, aunque resulte no ser tal: Efectivamente, un paredón de mujeres bailará luego en escena con los dos anfitriones, mientras suenan "Cumbiera intelectual" y "Guacamole". La confianza es tal, que buena parte de ellas saca sus teléfonos y se toma una selfie in situ con los protagonistas, quienes simplemente posan, sin importar el efecto que ello tenga en la canción o en la dinámica de la noche. Así, terminan de ratificar que, por esta vez, el recinto de Manuel Montt no fue un teatro, sino un enorme living, y que lo que allí se desarrolló no fue un concierto, sino una amena tertulia entre amigos y conocidos.