Para U2, el siglo XXI sin dudas ha sido de calma, de cosechar con creces todo lo sembrado en las décadas anteriores, cuando aquello de ser "la banda más grande del planeta" era aún una aspiración, y no la realidad que luego cuajó. Pero entre ejercer el rol alcanzado y el relajo tras el esfuerzo, de algún modo el grupo se estancó, y discos como How to Dismantle an Atomic Bomb (2004) o No Line on the Horizon (2009) más bien sirvieron para planear sobre el imperio construido antes que para seguir expandiéndolo.
Sin embargo, para tranquilidad de sus fans, ello bien pudo ser sólo un momento, porque con el historiado Songs of Innocence (anunciado en diversas instancias, y finalmente lanzado por sorpresa y gratis) la banda parece retomar altura en su vuelo, y recuperar buena parte de la sangre y el nervio de años mejores. Por cierto, que nadie se espere un mazazo en la cabeza, de ésos que el cuarteto regaló en los 90 al alero de discos como Achtung baby (1991) o Zooropa (1993), pero sí una mano más dedicada a la hora de repasar los sellos que han hecho del grupo una institución.
Se nota, por ejemplo, en esas piezas de traje intimista y moral de multitud, formato que en estos años les ha valido reiteradas comparaciones a discípulos como The Killers y Coldplay. "Every breaking wave" y "Song for someone" son dos en esa línea, y en ellas Bono y compañía demuestran que el manual lleva su firma, manejando con destreza el juego de intensidades y el tiempo en cada sílaba, para dar con un resultado que busca ser tan emocional como estético (amén de coreable, por supuesto).
El apartado más rítmico también sigue la huella histórica, aunque la rockera "The Miracle (of Joey Ramone)" mire con un ojo a los inicios y con el otro a un tema de la última década como "Vertigo", al igual que la más radial "Volcano". El sello más originario reaparece en "Iris (Hold me close)", que puede remitir a discos como War (1983), y en el que pese a los arreglos la marca del cuarteto (en rigor, del trío instrumental) se las arregla para hacerse notar.
Mérito también del productor Danger Mouse y los cuatro que lo secundaron, un equipo más bien considerable, pero en el que se nota el interés por hacer fluir lo nuclear del grupo, antes que por imponer cualquier tendencia. Pese a ello, hay también momentos de más apertura, como "Sleep like a baby tonight", un tema que saluda a la electricidad desde un arranque cadencioso y etéreo, anclado en buena medida en el trabajo de teclados y programaciones, dispuestos en medida justa.
Porque, finalmente, es esa simplicidad estructural que ha definido a U2 (incluso en sus momentos más grandilocuentes) la que aquí resalta. La paradoja es que para ello hayan debido pasar cinco años de inédito silencio, y que antes que en una manufactura revolucionaria o en renovada hambre de conquista, se hayan traducido en un relajo y una energía que parece renovada. Bien por ellos: Al final, la banda más grande del planeta no sólo debe proclamarlo y facturar como tal. De vez en cuando, también es necesario intentar una prueba más confiable que busque dejarlo en claro.
—Sebastián Cerda