Mike Shinoda es un tipo perfeccionista. Cada lanzamiento de Linkin Park es antecedido de horas en el estudio depurando sonidos, arreglando secuencias, sintetizando guitarras y nivelando voces, todo en búsqueda del disco perfecto. Y la ambición de Shinoda no es un problema. Mal que mal, hubo una época en que su banda escaló a lo alto con su mezcla de guitarras fuertes, algo de rap y ciertos elementos del industrial. Pasó, sin embargo, que esa tendencia —denominada nü metal y en la que metieron en el mismo saco a bandas como Incubus, Korn, Deftones, Godsmack y otras similares— simplemente agotó su propia matriz, y todos, de algún modo u otro, debieron evolucionar. Incluido Linkin Park.
Quizás haya sido la participación del vocalista Chester Bennington con los hermanos DeLeo en el epé High Rise (2013) de Stone Temple Pilots, pero la voz del vocalista en el nuevo álbum de la banda, The hunting party, se aleja de aquellos momentos más melódicos que ha mostrado el grupo en su trayectoria, esos que han forjado su identidad sonora. Ahora, se han reemplazado por el alarido primario de un rock algo deslavado, que es lo que se puede escuchar en los primeros acordes de "Keys to the kingdom", tema que inicia este trabajo. Asimismo, la inclusión de los segmentos rapeados suenan descolocados bajo esta premisa de "vuelta a las raíces". Ciertamente, Shinoda es un tipo hábil, pero poco previsor, ya que el tiempo del rap-metal acabó hace rato y en "All for nothing", corte siguiente, se niega a enterrar a esta bestia.
Lo otro interesante de The hunting party es la referencia continua a bandas como Muse en ciertas armonías vocales y en ciertos pasajes de guitarra. "Guilty all the same", por ejemplo, parece sacada del catálogo de los británicos, aún cuando se halla la participación del rapero Rakim para dar una suerte de "identidad" al tema. Quizás lo mejor hubiese sido apostar por incluir más bases y secuencias —probablemente, la verdadera identidad sonora de Linkin Park— en temas como "Wastelands", por ejemplo; o trabajar ideas más concretas que ese pastiche que grabaron junto a Tom Morello, en "Drawbar".
Lo cierto es que esta nueva entrega de Shinoda, Bennington y compañía arrastra lastre innecesario. La prueba es que la banda puede recrear sus glorias pasadas sin traicionarse, como en "Until It’s Gone" y, al mismo tiempo, apostar por un rock más crudo como el logrado junto a Daron Malakian en "Rebellion". Pero lo demás, es un ejercicio continuado de autoplagio y condescendencia, algo que de por sí es extraño para los mismos estándares de Shinoda y lamentable para un grupo que, en su momento, fue capaz de mostrar nuevas herramientas para evolucionar un estilo.
—Felipe Kraljevich M.