Alabado seas, Jared. En el regreso a Chile de 30 Seconds to Mars, el ganador del Oscar se plantó como amo y señor.
Foto: Cristián Soto L.En sus primeras horas en Chile, Jared Leto llamó la atención por arribar con las huellas del Oscar aún calientes en las yemas de sus dedos, por sus paseos en Lastarria, y por el oneroso encuentro que vivió con algunos fans, al alero de un documental que lleva su rúbrica. Pero, más que todo eso, hubo otro factor que se robó los comentarios en torno al actor y rockero: Su llamativo look de barba y cabello al viento, coronado con un larguísimo poncho.
Todo un aire que de inmediato dio paso a chistes de asociación mesiánica, y que si hasta entonces podían sonar prejuiciosos y elementales, desde esta noche sí que tienen asidero. Porque en su regreso a Chile al mando de 30 Seconds to Mars, Leto se plantó ante siete mil personas no sólo como un maestro de ceremonias sin contrapesos en esta banda apenas nominal, sino como un verdadero iluminado, listo para entregar la buena nueva a sus devotos fieles.
Así queda en claro desde que se enciende el escenario en Movistar Arena (acomodada a la mitad de su capacidad) cerca de las 21:10 horas, para que entre los sones dramáticos y —para estas instancias— ya algo clichés de "Carmina Burana", haga su ingreso el trío más su bajista de refuerzo, liderados por el actor ataviado con shorts de boxeador sobre los pantalones, lentes de sol y... túnica blanca sobre su desnudo torso cuidadosamente a la vista, corona brilllante sobre su larga cabellera, y rosario al cuello.
Todo un Mesías Espacial, que hasta se dio el lujo de hacer una amplia bendición con sus manos tras el cuarto corte, para coronar una noche que tiene otro nombre en el cartel y a tres tipos en la foto, pero que en rigor sólo a él pertenece. La disposición del escenario, con tarima especial para el cantante, lo evidencia desde un inicio, y el resto de la velada no hará más que corroborarlo, mediante alocuciones varias, elección de fans para subir al escenario, un segmento acústico reservado sólo a él, y largos coros precisos para la aclamación de su figura, siempre de brazos abiertos.
Y eso, más el currículum actoral de su líder, se quedan por ahora como lo más llamativo de esta banda, que en cuatro discos ha venido a timbrar un repertorio tan homogéneo como reiterativo y estacionario, más allá de su efectividad ante el público objetivo. Porque desde el inicio con "Up in the air", lo que pareció sonar en el recinto de Parque O'Higgins no fue más que una misma y eterna canción, que revuelve los "ouoh", la vocación de multitudes, el ánimo catártico, el tono espacial, el resabio emo, y un rock de estadio que en ocasiones mira al punk-pop adolescente de figuras como Avril Lavigne, entre otras que alguna vez impactaran al target presente (cuya media debe estar en los 20).
Sólo se aparta de esa lógica el momento que el cantante abre sorprendiendo desde un escenario ubicado al fondo de la cancha, para no sólo interpretar en versión fogata y a centímetros de la audiencia temas como "A beautiful lie" y The Kill" (a estas alturas, dos clásicos entre los fans), sino además para terminar de desplegar su homilía con una extensa perorata acerca de cuan impresionante es este público y cuan a gusto está en Chile, con traducción al segundo de una seguidora. Todos lugares comunes que en Jared Leto llegan a sonar con una credibilidad digna de otro Oscar. Un trofeo que podría ser ad hoc para un carisma sobresaliente, pero en ningún caso para una propuesta que es apenas del montón.