Más allá de una censura en Facebook, ninguna polémica puede suscitar a estas alturas una portada como la que Javiera Mena eligió para su último disco: Un retrato de ella a torso desnudo, en blanco y negro. La fotografía filtra lenguaje artístico, atrevimiento, gelidez y elegancia, pero de todos modos encierra una paradoja: Mientras la desnudez en la música suele asociarse al borde más natural y desprovisto, esta vez la imagen viene a presentar el disco más electrónico y encendido que la artista haya dado a luz, en poco más de una década en el ruedo.
Si Esquemas juveniles (2006) lucía cuotas de intimidad y Mena (2010) una búsqueda propia en el pop de sintetizadores, en Otra era el objetivo parece ser uno solo: El baile. Para ello, la chilena se vale más que nunca de los materiales disponibles en el universo electrónico, cuajando piezas que por momentos emparentan incluso con la movida de DJs más mainstream, ésa que comandan nombres como el francés David Guetta y el escocés Calvin Harris (sobre todo en sus desvíos hacia el mundo de la canción y las colaboraciones).
La construcción final, entonces, es la de una verdadera diva de la pista, al amparo de canciones que bien podrían figurar en repertorios como los de Kylie Minogue o Sophie Ellis-Bextor, dando cuenta de una mirada que trasciende del synthpop ochentero para anclarse en las corrientes dance de este siglo, aunque siempre bajo propia óptica. "Esa fuerza" es quizá el ejemplo más concreto, llamando al baile no sólo mediante una melodía y un pulso que quiebra cualquier resistencia, sino además por incitación explícita: "Que el ritmo no pare, no pare nunca / El ritmo no pare, no", dice la cantante en el epílogo.
Podría ser la frase cliché de un hit bailable en cualquier artista latino de moda, pero Mena la entona sin ninguna clase de complejos, tal como hace en el cierre de "La joya" con las órdenes "baila, baila, baila, baila / y vuélvete loca, loca, loca" y "muévelo, muévelo bien, bien". Esa canción, de paso, abre en algo el abanico sonoro desde un ángulo que mira hacia las lecturas ochenteras del funk, mientras que el descenso de revoluciones está reservado a apenas un corte de diez, el romántico "Quédate un ratito más".
El resto es movimiento en todas sus formas: Con un ritmo deudor del dembow y el carnaval en "Los olores de tu alma"; menos frenetizado y más sensual en "Otra era"; ascendente y exploratorio en "Sincronía, Pegaso", y con toda la carne a la parrilla en "Espada". El lenguaje, entonces, es universal, acorde con una artista plenamente globalizada que no ha escondido sus deseos de llegar a la masa, y que con Otra era empieza a poner los últimos cubiertos en una mesa que ya está prácticamente servida para ese banquete.
—Sebastián Cerda