Andrew VanWyngarden se hace cargo del escaso despliegue escénico del grupo, con dos momentos de cercanía con el público.
Foto: Cristián Soto L.
No era exactamente amable el recuerdo en vivo que había de MGMT en Chile. Llegados a Lollapalooza 2012 como cabezas de cartel, su propuesta de necesaria digestión debió competir con ese bocado rápido llamado Skrillex, la ansiedad que generaba Foo Fighters en el siguiente turno, y el desconocimiento de una masa aún embriagada con el fenómeno 2009, y que de ellos no esperaba más que dos cosas: "Time to pretend" y "Kids". ¿Resultado? Los norteamericanos terminaron actuando para unos pocos miles, en una postal deslucida e incómoda.
Por eso es que el regreso del grupo esta noche de jueves en el Teatro Caupolicán tiene cierto aire de revancha, y sobre todo porque ésta se dio bajo los códigos que MGMT ha construido en el último lustro contra viento y marea: Los de la experimentación, la psicodelia y el despliegue de atmósferas, bajo los cuales, hoy quedó en claro, también se puede generar algarabía y fiesta.
¿Incide el hecho de estar con los suyos, con cuatro mil personas que vienen dispuestas a entregarse y compartir lo que del escenario provenga, más que vitrinear? Por cierto, pero no es lo único. En una noche sólo con su nombre, la banda liderada por Andrew VanWyngarden y Ben Goldwasser pudo desplegar todos los elementos de su propuesta, desde el inicio con "Alien days", una de las pocas que sonó del último disco, MGMT (2013).
Se trata de una de las piezas más amigables de un álbum mayormente experimental, pero que ya da cuenta de un tono lisérgico reforzado en una pantalla gigante de fondo, con la absorbente imagen de un cangrejo antropomórfico caminando en un desierto de colores. "The youth", en el siguiente turno, evidencia por su lado que éste es un sexteto más preocupado de las atmósferas y las capas, antes que de cualquier clase de lucimiento instrumental. La canción y su efecto aquí son la herramienta, el medio y el fin.
Sin embargo, queda espacio para apreciar la labor esencial de Goldwasser en teclados y efectos, verdadero colchón sobre el que se tienden guitarras, bajo y batería, pese a lo quitado de bulla. Porque el escasísimo despliegue escénico queda casi en un 100 por ciento en manos de VanWyngarden, tipo de perfil algo menos bajo que su compañero, y que hasta se gana un par de "mijito rico" a coro, que ayudan a quebrar ese clima algo hipster imperante en la largada. El cantante y guitarrista hasta se descuelga el instrumento para cambiarlo por una cámara en temas como "Introspection" y "Kids", que finaliza con una verdadera rave, en medio de la celebración de la audiencia.
Porque eso fue lo de hoy también: Una fiesta generada no sólo desde formas melódicas más o menos encendidas, sino también desde la exaltación de los sentidos. También se puede.