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Sonic Highways

Los ajustes anunciados —partiendo por el de grabar cada canción en una ciudad distinta— parecían grandes, pero finalmente terminan siendo los precisos para que la banda de Dave Grohl amplíe en lo justo su rango, siempre bajo sus reconocibles códigos de rock con instinto pop.

14 de Noviembre de 2014 | 13:43 |
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"Gatopardismo" es el término que acuñó la ciencia política para referirse a aquellas circunstancias en que se incentivan grandes cambios para que, en rigor, todo siga más o menos igual. En nuestro país, sigue fuertemente asociado a ese best seller del área que fue "Chile actual", de Tomás Moulián. Y en la música, perfectamente puede ser aplicable a momentos como el que actualmente vive Foo Fighters, con la publicación del reciente Sonic Highways.

El disco llega predecedido de una historia que da para pensar en revolución: Cada una de las ocho canciones que lo integran fue grabada en una ciudad distinta de Estados Unidos (Chicago, Washington, Nashville, Austin, Los Angeles, Nueva Orleans, Seattle y Nueva York), con el objetivo confeso de empaparse de la vibra y, por qué no, de los sonidos propios del lugar.

Algo de eso hay, sin dudas, pero tras escuchar el octavo álbum del grupo liderado por Dave Grohl la sensación es una sola: Éstos son los Foo Fighters de siempre, sólo con algunos ajustes en su conocida maquinaria, perfectamente mantenida pese a las dos décadas de funcionamiento. ¿Cuáles son ésos? Básicamente, una búsqueda de nuevas formas (sobre todo tiempos de cocción) para cocinar los mismos ingredientes, y que hoy se traduce en canciones que incrementan el borde progresivo, aunque siempre bien inscritas en un rock de instinto pop y masivo.

Así, los cortes siguen siendo tarareables, los ritmos se pueden llevar con la cabeza, el pie o con una air guitar, y el hábitat natural para la gran mayoría aún parece estar en el estadio y las multitudes, aunque con una diferencia en relación con la lógica estricta del single: Sólo una pieza dura menos de cuatro minutos, y dos bajan de los cinco. Una de ellas es "Something for nothing" (de 4:49), el primer sencillo del disco, la canción que lo abre, y también uno de los momentos más altos de la producción, gracias a una largada en claves íntimas, para terminar al borde del metal.

La transición entre esos momentos se toma su tiempo, al alero de diversos pasajes principalmente instrumentales que se introducen en medio de la canción, y es algo que se repite en buena parte de los otros cortes, incluso con permiso para atrevimientos mayores. Es el caso de "What Did I Do/God as My Witness", un título con una diagonal en medio que anticipa lo que ocurre: En rigor son dos canciones en una, largando cual campesino estadounidense a la sombra de un árbol, para luego electrificarse con la firma de Grohl, y terminar en ese epílogo que en realidad es otro tema ("God as My Witness"), y concretamente un himno para estadios.

Sólo "Outside" no logra realmente despegar, pese a los riffs, los redobles y la velocidad, dispuestos esta vez sin un foco claro. Los sellos de cada ciudad, en tanto, se evidencian principalmente en detalles, como los aires sureños de Nashville que un órgano Hammond impregna en "Congregation", aunque en "Subterranean" la compenetración es marcada: Grabada en Seattle, es una canción que transmite espíritu "grunge", bajo la lógica de las piezas más "acústicas" de bandas como Alice in Chains.

Obviando la distancia entre discurso previo y expectativas satisfechas, entonces, hay que valorar esta entrega de Foo Fighters: Pese a la acotada cantidad de tracks y a los pasajes de más, la banda de todos modos busca, se desafía, y logra ampliar su rango y aportar novedad en su reconocible universo, demostrando que pese a los años y el circo, al menos sigue vivo el instinto de búsqueda y desarrollo. No es poco decir, ¿no?

Sebastián Cerda

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