SANTIAGO.- Una nueva edición del festival Lollapalooza ha concluido, y en las primeras horas posteriores asoman aspectos que de entrada llaman la atención: Fue un año más difícil, con una convocatoria menor, público que se demoró más en arribar hasta el Parque O'Higgins (sobre todo el domingo), e insólitos 33,7 grados de temperatura máxima arreciando sobre Santiago.
Sin embargo, después de un respiro comienzan a asomar otros aspectos en la evaluación, que hacen de esta edición del evento una que perfectamente puede estar a la altura de sus predecesoras.
Es cierto, no se contó con la riqueza de cartel de los años 2013 ó 2014, pero en cambio se avanzó en servicios y en rodaje, y se logró concentrar el peso en varias figuras destacables.
Los públicos se ampliaron, y el menú pareció encontrar el equilibrio para que todos compartieran en este mismo espacio, buena señal de cara a un futuro en que el desafío es mantener los estándares más altos de audiencia (160 mil personas), y procurar la buena salud del evento sin que éste pierda su sello histórico.