Ed Sheeran tocó con la camiseta de la selección chilena.
Cristián Soto, El MercurioSANTIAGO.- Llegó con cartel de fenómeno a su primer concierto en Chile, luego de agotar en apenas cinco horas la totalidad de los boletos para un show que hasta noviembre debía realizarse en el Teatro Caupolicán. Ante tamaña hazaña, lo obvio: Trasladarlo a un lugar de mayor convocatoria, en este caso la Pista Atlética, hoy con 14 mil personas en las localidades dispuestas.
Con todo ese recorrido arrancó esta noche el debut en el país de Ed Sheeran, uno más entre los artistas que por debajo de los medios de comunicación y la masividad aparente logró reclutar a un numeroso ejército de fans, en su mayoría del target sub 20.
Todo apunta, entonces, a un festival de chillidos, "mijito rico", cintillos y chucherías varias, y efectivamente de todo eso hay, tal como lo habría en el show de un Justin Bieber u otro héroe juvenil del momento. Pero lo que emana desde el escenario, sin embargo, no deja de resultar disonante con la habitualidad de estas atmósferas, con un Ed Sheeran esmerado en exponer su musicalidad, mucho antes que otra clase de atributos.
Tanto es así, que a su aspecto desgarbado y casual, hoy sólo marcado por una camiseta de la selección chilena de fútbol, agrega una propuesta que bordea lo íntimo, con el británico de 24 años acompañado únicamente de su guitarra, su micrófono y su pedalera. Este último, juguete fundamental en la construcción de las canciones, en su función de almacén y sampler para acordes, golpeteos y voces, que ejecuta y registra en escena.
La fórmula, por cierto, no es nueva. En Chile, sin ir más lejos, el cantautor Leo Quinteros la empleaba en sus inicios, para interpretar las canciones del disco 1A. Pero no por ello resulta menos llamativa y meritoria, e incluso novedosa y arriesgada, sobre todo fuera del ambiente de pub o sala que aparenta serle más propicio.
Pero con esas armas Sheeran de todos modos logró domar a esta masa con tendencia al desborde, y para ello la naturaleza negra de los temas de su último disco X (2014) constituyó un buen arranque, con "I'm a Mess", o los paquetes que construyó amarrando "Don't" con "Nina", o "Take It Back" con "Superstition". Este último, uno de los mayores clásicos de Stevie Wonder, una elección que da clara cuenta de los caminos que el cantautor pretende recorrer en estos días, tras unos inicios más cercanos al folk y otras vertientes.
En todos ellos, Sheeran ejecuta con precisión esta apuesta que no deja de buscar la exaltación y la reivindicación de lo artesanal, ejercicio que lleva al máximo de su potencial en "Bloodstream" y sus múltiples capas, al contrario de "Tenerife Sea", donde la intimidad lleva a rozar la desnudez.
Es el momento en que la velada parece caminar por el borde, buscando el equilibrio entre la propuesta y el entorno. Pero Sheeran, finalmente, sale de pie. Amparado en su capital ante el público que hoy acudió a su encuentro, no hay por qué negarlo, pero también en una cuota no menor de seguridad, agallas y arrojo.
Eso sí, el atrevimiento de echarse a solas el show al hombro no debería extenderse mucho más allá, y no sólo por la novedad hoy perdida, sino además por un repertorio que también reclama compañía (sobre todo hits como "Sing"), y por los propios pasos adelante que el británico debe dar. Esta noche, al menos, demostró que pasta para ello sin dudas hay, y que de Ed Sheeran deberíamos seguir sabiendo por un buen rato más.