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The Magic Whip

El cuarteto británico pareció amenazar con un retorno al britpop en los primeros bocados de este disco, pero su salida a la luz deja en claro que ya no están para nostalgias. Su regreso al trabajo en estudio, tiene la mirada mucho más puesta en el futuro que en el pasado.

28 de Abril de 2015 | 16:34 |
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Los primeros movimientos en torno a The Magic Whip, el sorpresivo retorno de Blur a los álbumes después de más doce años sin registros y cerca de seis reunidos, habían llamado a engaño. Primero, por la canción que terminó de destapar todo y que sirvió de anzuelo para los fans en iTunes, "Go out", una pieza que remitía a los años del popular Parklife (1994) y que parecía cercanamente emparentada a temas como "London loves".

Luego, semanas después y con el disco ya en mano, esa escucha sugerida que representa el orden de canciones mantiene la línea, con "Lonesome street" inaugurando el álbum en los códigos casuales de "Country house" y otras coloridas piezas de álbumes como The great escape (1995). Hasta el minuto, entonces, puede pensarse que este retorno a la actividad en estudio lo es también a los años de explosión de Blur en el mundo, el momento de esplendor del britpop.

El fan promedio sin dudas que habría quedado satisfecho ante una determinación con ésa, pero 20 años después el cuarteto británico deja en claro que ese tiempo no ha pasado en vano, y que las inquietudes que los embargan transitan por caminos diversos. Un afán que perfectamente puede quedar resumido en una sola canción: "Thought I was a Spaceman", que de un inicio etéreo y distante, viaja a zonas que mezclan lo melancólico y lo espacial, en un trabajo de atmósferas desarrollado en extensos 6 minutos y 16 segundos. O en "Pyongyang", que desde una versión orientalizada de la críptica "Cold" de The Cure, muta a una que juega de forma lúdica con el misterio y la psicodelia, hasta terminar en una verdadera madeja de teclados, secuencias y voces.

Se ha dicho que The Magic Whip es responsabilidad de Graham Coxon, el guitarrista que dejó la banda en el epílogo de su primera edad y que no figuró en el disco Think tank (2003). Hasta el mismo Damon Albarn lo dio a entender en el anuncio ("todo fue culpa de Coxon", dijo entonces). Y sí, está escrito que el impulso de trabajo fue suyo y su huella se filtra en diferentes momentos de la placa, pero es imposible no recordar a ratos el desarrollo que también el cantante ha tenido en estos años. "New world towers" engancha con los momentos más reposados de Gorillaz, "Ice cream man" recuerda a las energías que circulan en Everyday robots (2014), y "Mirrorball" mira de cerca a esos aires country que Albarn tiene entre sus fetiches.

Pero finalmente todo se supedita a una visión de conjunto que aquí vuelve a aflorar, y que transforma al de Blur en uno de los más acertados dentro de la ola de regresos que se tomó el pop mundial desde 2007. Una ola que, en palabras recientes de Nikki Sixx, muchas veces ha tenido más que ver con hacer caja que otra cosa. Y, está bien, puede que el líder de Motley Crue no sea fuente válida para analizar conductas, pero la veracidad de esa afirmación no necesita de investigadores para ser demostrada. Tampoco la definición de quiénes están dentro y quiénes están fuera. Porque para esto último están piezas como The Magic Whip, una que deja en evidencia que, en 2015, Blur es un grupo que aún tiene mucho por decir.


Sebastián Cerda

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