Busquemos el Bien de la Vida Familiar y de sus Hijos
La Conferencia Episcopal de Chile, al concluir su 82ª Asamblea Plenaria, se siente ante el deber de ofrecer a todos los católicos y a quienes reflexionan sobre nuestra sociedad, su cultura y su ordenamiento jurídico, algunos elementos que sirvan para formarse un juicio acerca de los proyectos de ley sobre el matrimonio civil que estudia actualmente el Senado de la República.
1. Uno de los anhelos más sentidos de los chilenos es contar con una familia unida, acogedora y estable, que sea un espacio de paz, donde cada uno pueda crecer y recrearse con la confianza y el aliento que recibe de sus familiares, y contar con ese respaldo para su servicio a la sociedad. De la calidad del amor conyugal depende el bien de las familias, y de éstas depende el bien de los hijos, los esposos y la comunidad. Si una ley sobre el matrimonio civil tuviera como efecto el aumento de la estabilidad conyugal, como asimismo de la felicidad y la paz en el hogar, sería una bendición para el país. Por el contrario, sería contraproducente una ley que apoyara o facilitara la inestabilidad de los hogares y ocasionara más quiebres matrimoniales.
2. Compartimos plenamente la convicción de quienes consideran que nuestra legislación actual acerca del matrimonio civil debe ser revisada; que debe ponerse término a la práctica de las anulaciones fraudulentas; que las causales por las cuales los matrimonios son nulos desde el comienzo deben ser puestas al día, conforme a los avances de la ciencia; que en la educación deben introducirse objetivos y contenidos que preparen a los jóvenes al matrimonio; que son necesarias instancias de ayuda y mediación para apoyar a los matrimonios en sus dificultades y rupturas.
3. A los propósitos anteriores, dos proyectos de ley agregan la introducción del divorcio vincular en nuestra legislación. Es más, uno de ellos se basa en una noción de matrimonio y de familia absolutamente ajena a nuestra cultura. Expresa que lo que constituye en esencia un matrimonio es "la formalización de una unión heterosexual, con voluntad de permanencia, ante un representante del poder público." De una noción tan frágil e incompleta cabe esperar cualquiera conclusión, puesto que ella no dice de qué tipo de unión se trata, suprime la promesa de los cónyuges de unirse para siempre como también el compromiso mutuo de tener hijos, y de formar así una familia. No sin razón se ha dicho que esta descripción podría referirse a una asociación – ni siquiera a un contrato - de convivencia o de otro tipo, pero no a una alianza matrimonial.
4. En diversas ocasiones hemos hecho presente la enseñanza de la Iglesia acerca de la estabilidad del matrimonio. Según la convicción de la Iglesia, dicha estabilidad se basa tanto en la libre voluntad de los cónyuges de sellar una alianza de amor y fidelidad para toda la vida, como en la indisolubilidad del mismo vínculo matrimonial por parte de los hombres. Es cierto que la seguridad de la Iglesia acerca de la naturaleza del pacto conyugal proviene sobre todo de la Biblia. En ella se nos manifiesta explícita-mente que es Dios quien une al varón con la mujer, cuando ellos se dan el consentimiento mutuo, y que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido, y fue Jesucristo quien recordó a sus discípulos que esta alianza es para toda la vida, indestructible, no sólo en virtud del sacramento del matrimonio, sino ya mucho antes de su venida a este mundo, "desde el principio" (Mt 19,8).
5. Pero no es nuestra intención convencer mediante un dato de la revelación de Dios, a quienes no comparten nuestra fe; tampoco imponer una verdad, a pesar de considerarla decisiva para el bien de las familias, los esposos, los hijos y la sociedad. En realidad, se trata de verdades asequibles también a nuestra capacidad de razonar. No es necesaria la fe para fundamentar el anhelo del ser humano de vivir en familia, ni para pensar que la alianza matrimonial entre un hombre y una mujer es el fundamento de la familia, y que la característica distintiva de esta alianza es la de ser sellada para siempre. Por eso, a la hora de legislar sobre esta materia, estimamos necesario que se reflexione sobre la naturaleza del pacto conyugal, y que se tome en cuenta el mal que ha producido en incontables familias y pueblos la introducción del divorcio. En un documento que publicamos sobre esta materia el 15 de agosto de 1998 escribíamos con realismo y mucha preocupación que en los países con leyes de divorcio progresivamente "se degenera la noción de matrimonio. Se debilita la unión familiar, la fuerza del amor y la decisión de mantener la fidelidad, ante la tentación fácil de resolver los problemas cambiando de pareja. Flaquean de manera creciente los vínculos de las uniones siguientes, ya que, en general, cada vez es menor el grado de fidelidad. Se desalienta la decisión matrimonial de las parejas que conviven de hecho, las cuales no se interesarán en contraer un matrimonio inestable. Se origina un empobrecimiento material creciente de los hijos y del cónyuge más débil, ya que normalmente es imposible cumplir con todos los deberes, si alguien ha fundado sucesivamente varios hogares. Y se produce un crecimiento de los índices de divorcio; como asimismo de delincuencia y drogadicción, debido a la creciente desintegración de hogares".
6. Constatamos, sin embargo, que muchas personas que propician la introducción del divorcio en nuestra legislación lo hacen tal vez sin reflexionar con suficiente realismo sobre los efectos del divorcio en otros países, como si el divorcio fuera una necesidad absoluta, una modernización irrenunciable, casi un dogma de la modernidad. Por eso pedimos un estudio responsable sobre la manera de dar estabilidad a los matrimonios, y sobre las consecuencias del divorcio en sí mismo y en sus distintas modalidades; también que las conclusiones del estudio sean difundidas en el país. No es nuestro ánimo imponer a la sociedad la convicción de la Iglesia acerca del matrimonio. Pero sí queremos un debate serio sobre esta materia, siempre con mucho respeto por todas las personas que han sufrido, a veces de manera desgarradora, la ruptura de sus hogares y esperanzas. Por otra parte, tampoco queremos que se imponga a los miembros de nuestra Iglesia una manera de contraer matrimonio civil que sea contraria a sus convicciones.
7. Al Señor de la Vida le pedimos que bendiga a todas las familias que se esfuerzan día a día en vivir plenamente y con generosidad sus compromisos matrimoniales, y en dar testimonio de su valiosa experiencia. A El le rogamos que esta posibilidad de reflexionar en profundidad sobre la familia sea una ocasión propicia para conocer mejor sus designios de amor y para colaborar con ellos. También le pedimos que su Santa Madre, Nuestra Señora del Carmen, inspire a todas las familias de nuestra patria los sentimientos del corazón de Jesús, de manera que sus miembros se amen con comprensión mutua y fidelidad, procurando cada uno la felicidad de los demás. Oremos por estas intenciones y por nuestros legisladores.
La Conferencia Episcopal de Chile
Punta de Tralca, 16 de Noviembre de 2001.