EMOLTV

El retorno de la madre

Fue un día de fiesta. En Asia Menor, en pleno Concilio Ecuménico celebrado en Efeso en el año 431, los padres de la Iglesia definían que María es la Madre de Dios.

08 de Diciembre de 2003 | 06:57 | Juan Antonio Muñoz H.
"He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un niño al que pondrá por nombre Emmanuel". (Isaías 7, 14).

Fue un día de fiesta. En Asia Menor, en pleno Concilio Ecuménico celebrado en Efeso en el año 431, los padres de la Iglesia definían que María es la Madre de Dios.

La declaración era ya esperada por el pueblo, que salió a gritar la noticia por las calles, llevando antorchas y flores: "¡Hagia María, Theotókos!" (Santa María, Madre de Dios), decían.

Angel Palomera Navarro, en "El Rosario Explicado", añade que esa misma muchedumbre entusiasmada venía rezando, desde el siglo III, una plegaria mariana: "Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desatiendas nuestras súplicas en nuestras necesidades, pero líbranos siempre de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita. Amén".

Una vez más, fue la ley de la oración la que estableció la ley de la fe.

Hoy, las antorchas a María siguen ardiendo. Es porque Hagia María abrió las puertas. Y lo hizo con certeza, alumbrada por su amor al Hombre. Al Padre.

Ella es símbolo de la máxima libertad, porque fue libre al decir Fiat, hágase. Libre al conservar su alma para Dios; para correr en un acto más de callado servicio en ayuda de su parienta; libre para amamantar a su Niño en un pesebre y huir con él a Egipto, y para llorarlo luego al pie de la cruz.

Mater primera, María engendra al hacedor de la vida y en ese acto máximo de inmolación y entrega ya no será una madre sino LA MADRE. Ella viene a recuperar para el hombre común el lugar que le corresponde en el engranaje de la redención. Sucede que, al ser cada uno parte pequeña pero fundamental del cuerpo místico de Cristo, María nos da a luz diariamente, permitiéndonos la Nueva Vida. Como decían los antiguos Padres de la Iglesia: "De María, somos hijos en el Hijo".

Particular y privada. Prudente y consciente del riesgo, María Virgen desata lo que Eva ató por su incredulidad (San Ireneo). La vida que devuelve la madre a la humanidad es la vida en Dios.

Desde entonces, la Virgen es modelo de servicio comprometido; y su "hágase en mí" es entrega que se renueva y multiplica: “He aquí la esclava del Señor ‘’. Henos aquí los esclavos del Señor.

Felipe de Harvengt (1183), explicando la doctrina de la maternidad de María, atribuye a la Virgen estas palabras:

"Cuando por una especie de dar a luz, les hago salir de la ignorancia de las tinieblas, cuando a fuerza de empeño y sufrimiento, los introduzco en la luz de la verdad y de la ciencia, cuando, con una solicitud afectuosa, les permito comprender las leyes de la perfección, ¿no les formo en mis entrañas, o mejor aún, en mi estilo, a la manera de una madre? Por otra parte, es a uno de entre ustedes a quien Cristo dijo: He aquí a tu madre".

María madre es figura siempre de actualidad, ya que, siendo crucial en la obra de Jesús, su acción se prolonga, ininterrumpida, sobre cada uno de los hombres. Es que, como el Padre, siempre María está allí. Se hace presente en el Belén de cada cual, cuando la gracia inunda y llora en el niño que nace y en los ojos incrédulos de los padres que contemplan; en el Pentecostés de las almas, cuando el espíritu intuitivo se hace amante y duerme siempre con la lámpara encendida; y en cada Pasión y Muerte, cuando algún pobre dolor despunta o el ser liberado por la muerte retorna al origen, al gran útero donde Mater y Pater son uno. El sentido de la Piedad sólo se entiende cuando una madre llora en sus brazos al hijo muerto: Stabat Mater dolorosa.

Feliz la mujer que te dio a luz y los pechos que te amamantaron , gritó una mujer al Cristo, saliendo al camino.

Y así es. Es que María es "el eco de Dios" y se encuentra, junto a Jesús, en el centro mismo del plan de salvación.

Desde el Salve del ángel, María está unida de modo indisoluble a su Hijo, y como resonancia de El que es, enseña la compasión y la admiración de Dios, y completa el vínculo humano con lo que apenas se intuye.

Hermann Hesse, en "Narciso y Goldmundo" escribió:

"... Quería hablarte de la gran madre y decirte que sus dedos me ciñen (...) Es ella la que me forma y me configura. Me agarra el corazón y se lo lleva y me deja vacío (...) ¿Cómo podrías morirte un día, Narciso, si no tienes madre? Sin madre no es posible amar. Sin madre no es posible morir".
EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?