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Los votos de la fe

Carlos Peña González habla, a partir de los dichos del Obispo Alejandro Goic, sobre valores, creencia religiosa y política.

14 de Agosto de 2005 | 07:32 | Carlos Peña González
El Obispo Alejandro Goic –quien preside el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal- ha dicho que "los verdaderos políticos deben respetar los grandes valores que tiene la inmensa mayoría de los chilenos, que ven en el evangelio una nota inspiradora profunda para la tarea de hacer país".

Si me permite Monseñor, sospecho que en esa invocación tan genérica y tan vaga podría anidarse algo de la demagogia que el Comité que usted preside teme.

Por eso sugeriría que antes de apresurarse a respetar esos grandes valores, los candidatos los discutan, para que así –en vez de despachar el asunto tan rápido- los ciudadanos podamos deliberar en qué tipo de comunidad política queremos vivir.

Un debate acerca de ese tipo de temas podría brindarnos varias lecciones.

Desde luego, es posible que aprendamos de una vez por todas que tener eso que hoy día se llama valores (un concepto, dicho sea de paso, que tuvo su orígen en la economía del XVII, y que popularizaron Niezstche y Kant, ambos incluídos en el Syllabus de los errores modernos de Pío IX) no es, en modo alguno, patrimonio de quienes profesan creencias religiosas.

Para hablar en términos electorales, es obvio que Sebastian Piñera y Joaquín Lavín (que son creyentes) no llevan en esto ventaja alguna a Michelle Bachellet (que no lo es). La creencia religiosa es sólo un modo, entre otros, de fundar preferencias valóricas. Usted puede no tener creencias religiosas y, sin embargo, tener valores bien fundados. Por la inversa, alguien puede tener esas creencias y, sin embargo, ser incapaz de fundar nada. En la viña del señor, usted lo sabe mejor que yo, hay de todo. No existe, en otras palabras, una vinculación conceptual necesaria entre la religión y los valores.

La creencia religiosa tampoco es una garantía de que alguien profese valores específicos o sienta la necesidad que ellos inspiren la vida pública ¿Será necesario recordar que el pluralismo que lo infecta todo alcanza también a la religión y que incluso una tierra de católicos no es garantía de unanimidad en los valores y en las virtudes? ¿Que una cosa es declararse seguidor de Monseñor Escrivá de Balaguer y otra, distinta, seguidor del pobre de Asís o del voluntarioso San Ignacio, o del generoso Alberto Hurtado, no en el dogma, claro, pero sí en la práctica que es, no nos engañemos Monseñor, donde importa?.

Una deliberación como esa podría también enseñarnos que una cosa es la teoría y otra la práctica y que, a veces, la creencia en el Dios torturado no impide que uno se convierta en torturador y que, al revés, hay agnósticos incapaces de matar una mosca. En esta vida, una cosa son las creencias y otras las actitudes. A veces coinciden; pero no siempre.

También podríamos aprender que eso que llamamos valores inspiran preferencias normativas en un variado ámbito de asuntos (casi todas las esferas de la vida humana, nada menos) y no sólo en el ámbito sexual o reproductivo. Aunque en esto, sospecho, estamos de acuerdo.

Cuánta desigualdad es tolerable; cómo debemos tratar a las personas que nacen con desventajas; cómo debemos considerar los talentos que a cada uno le tocaron en suerte; qué tan importantes son los derechos humanos y cuáles son; hasta dónde debemos obediencia a la ley; y -para no seguir- cuál es la esfera de la autonomía personal, son también problemas valóricos o morales, de manera que el asunto no se reduce, como a veces parecemos creer, ni al aborto, ni al divorcio, ni a la píldora del día después, ni al matrimonio entre homosexuales (aspectos estos en los que la distinción entre progresistas y conservadores tampoco sirve de mucho). El ámbito de las cuestiones morales casi se confunde con la política puesto que atinge a la cuestión, nada menor, relativa a cómo debemos vivir.

El asunto se complica más todavía si, como lo muestra una amplia literatura, consideramos que a veces los valores son inconmensurables e irreductibles entre sí, de manera que usted no puede poner todas las fichas al lado de uno de ellos, sin sacrificar, al menos en parte, necesariamente a otro. Y que hay valores intrínsecos, que valen por sí mismos, y otros que poseen un valor derivado, puramente instrumental.

El asunto de los valores y de la política es más complicado de lo que aparenta. No se reduce a hacer esfuerzos por respetar "los grandes valores que tienen la inmensa mayoría de los chilenos". Esa vaguedad, Monseñor, esa apelación estadística, es también, me temo, una forma de demagogia. El test final de la política no puede consistir en verificar si quienes compiten se ajustan o no a los valores que proclama la Iglesia.

¿Será necesario insistir, de nuevo, que una cosa son los votos de la fe y otra, distinta, por quién deben votar los creyentes?
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