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Dos años de tragedias militares: las grandes pérdidas del Ejército

La muerte de 19 personas en Cañete no es el único drama que ha enlutado a la institución castrense últimamente. Aún no se cerraban las heridas por los mártires de la Antártica y Antuco, cuando este nuevo hecho golpea a la institución.

12 de Noviembre de 2006 | 18:30 | El Mercurio Online

SANTIAGO.- La magnitud de la tragedia de esta mañana impresiona: 19 muertos tras desbarrancarse un bus que transportaba a 28 militares. Los antecedentes señalan que la máquina cayó de una altura de 15 metros, desde el puente Quelén Quelén, al norte de Cañete, y se hundió en las frías y profundas aguas del río Tucapel (VIII Región), con casi todos sus ocupantes abordo.


Casi todos. Pues se especula que algunos pasajeros pudieron salir por sus propios medios de la máquina o fueron expulsados de  ella debido a la violenta caída. Detalles más o menos escabrosos, es una tragedia que impacta al mundo civil y que vuelve a reabrir heridas aún no cicatrizadas en el Ejército.


Morir en tiempos de paz  


En menos de dos años, es la tercera desgracia que enluta a la institución, que nuevamente ve morir a sus hombres, paradójicamente cuando no debiera ocurrir: en tiempos de paz.


¿Accidente? ¿Mala suerte? ¿Culpables? Son las preguntas inevitables que empezarán a surgir en los próximos días. Preguntas cuyas respuestas han causado enorme dolor a la institución en las anteriores tragedias que precedieron a la de Cañete.


La más reciente ocurrió el 28 de septiembre de 2005. Ese día, los coroneles Armando Ibáñez y Mauricio Toro, comandante y segundo comandante de la Base O'Higgins, ordenaron el patrullaje de una inestable zona de suelo antártico abordo en un carro oruga, que terminó con la nave al fondo de una grieta de 30 metros.


Infierno blanco


El suboficial Héctor Cisternas, uno de los sobrevivientes del viaje, así lo recordó a "El Mercurio": "Yo era una de las personas que iban en el carro. Regresábamos a la base y de pronto sentimos como que caíamos al vacío. Fue como tener un mal sueño al caer al interior de la grieta".


El carro quedó enterrado perpendicularmente y no siguió cayendo al vacío porque su parte delantera quedó aprisionada en estrechas paredes de hielo.


La caída, sin embargo, tuvo sus consecuencias. El capitán Enrique Encina (34) y los suboficiales Jorge Basualto y Fernando Burgoa (ambos de 49) nunca pudieron cumplir la misión porque terminaron muertos.


El paso del tiempo y la aparición de nuevos antecedentes, terminó convirtiendo lo que parecía un "accidente" lamentable dentro de la institución en una cadena de errores que quizás pudo haber evitado la pérdida de los uniformados.


Arriesgada operación


Tras la investigación de la justicia militar, el coronel Ibáñez fue procesado por incumplimiento de deberes militares y falsificación de documentos, en tanto que el coronel Toro lo fue por incumplimiento de deberes militares y cuasidelito de homicidio.


Ello, porque se recalcó la poca capacidad de mando de Ibáñez y la vehemencia de Toro, así como la ineficiencia de ambos oficiales, que provocaba las quejas de sus subalternos y que hizo crisis frente a la pérdida de un trineo en septiembre.


Ante esa situación, ambos optaron primero por no informar al Departamento Antártico de la pérdida fiscal y luego implementaron una arriesgada operación para recobrar el trineo, pese a las insistentes quejas del malogrado capitán Enrique Encina.


El 28 de septiembre, la misión enviada por ambos se precipitó en un "Sno-cat" a una grieta provocando la tragedia.


El sumario da por hecho que posteriormente ambos oficiales falsificaron una orden para justificar la operación de rescate y deslindar responsabilidades de la tragedia.


"Por favor, mi capitán, no me deje botado aquí"


La muerte de Encina y sus camaradas se produjo sólo cuatro meses después de la peor tragedia en la historia del Ejército: el "Desastre de Antuco", acaecido el 18 de mayo de 2005. 45 militares, en su mayoría conscriptos con escasa instrucción, agonizaron hasta morir rendidos por el frío.


Los testimonios hablan por si solos. "Por favor, mi capitán, no me deje botado aquí", le suplicó el soldado conscripto Luis Hernández, colgándose del cuello del comandante de la compañía Andina, Claudio Gutiérrez Romero, en medio de una marcha nefasta por la nieve.


Eran 19 fatídicos kilómetros entre los refugios Los Barros y La Cortina -al interior de Los Angeles-, cuando ya casi no queda nieve a esta altura del año. No obstante, en medio de la marcha, el clima cambió y a los mártires se encontraron en medio de una mortal tormenta de polvo blanco.


Parte de los oficiales y suboficiales que estaban al mando de las compañías fueron sancionados. Otros recibieron felicitaciones por arriesgar sus vidas para salvar camaradas.


Traicionera calma 


El capitán Gutiérrez estuvo en los dos casos: destacado por su valentía, también fue sancionado con dos días de arresto por no haber abortado la marcha y regresado con su compañía Andina a Los Barros.


Su testimonio lo compartió con "La Segunda". El capitán asegura que desde el principio de la campaña estaba contemplada la marcha desde Los Barros a La Cortina. Por eso el martes 17 de mayo salió la compañía Cazadores y Plana Mayor, y al día siguiente lo hicieron la de Morteros y la Andina, que él comandaba.


"No se tenía ninguna información de problemas de los que habían partido antes. Salimos con un cielo cubierto, pero no completamente. Estaba nevando no muy fuerte, con una temperatura de entre cero y 2,5 grados bajo cero".


Faltaban cinco minutos para las nueve de la mañana y Gutiérrez con sus 76 hombres deberían recorrer 19 kilómetros. El ánimo de la gente era óptimo, porque se iban con permiso el fin de semana.


"Pensé que andaban con ampollas en los pies"


Recordó Gutiérrez que "los primeros 30 minutos de marcha estuvieron muy malos, tuvimos que armar un puentecito de ramas para que los soldados pasaran el estero del volcán Antuco, a 800 metros del refugio".


A la una de la tarde, con 9 km recorridos sin problemas, el mayor Patricio Cereceda (desde Los Barros) lo llamó por radio y le ordenó adelantarse e ir en auxilio de cinco soldados de la compañía de Morteros que habían quedado rezagados. Pero no le informó que ese grupo iba mal. "Pensé que andaban con ampollas en los pies, que iban muy cansados".


Momentos después Gutiérrez comenzaría a descubrir la tragedia. "Repentinamente encuentro una forma de herradura hecha con mochilas y un coligüe en cuya punta había una raqueta de nieve entrelazada, indicando algo. Saqué la pala de nieve de mi mochila y la pasé por encima. Encuentro un poncho impermeable, lo que me pareció raro. Empecé a desenterrarlo, lo levanto y vi a un soldado con los ojos abiertos y medio amarillo".


"Duro como palo", según dijo, el joven recluta no respondió nunca a sus intentos de reanimación. Él sólo sería el primero de los 45 militares atrapados por la nieve que nunca volverían a casa con vida. Tal como hoy vuelve ocurrir en circunstancias diferentes, pero no menos dramáticas.

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