SANTIAGO.- Era agosto de 1993 y todo Chile estaba revolucionado con la visita que realizaría al país el Real Madrid, el poderoso club español que por esos días contaba con la presencia de Iván "Bam Bam" Zamorano entre sus filas. La expectación por ver a uno de los equipos más grandes del mundo medirse con Colo-Colo y la Universidad de Chile era máxima y en algunos casos, superó el límite de lo razonable.
Luego del encuentro del elenco madridista con la U en el Estadio Nacional, el 22 de agosto los españoles visitarían el Monumental, en una época dorada para los albos y en la que los hinchas acostumbraban llenar el estadio para ver al equipo popular.
Uno de ellos era Carlos González, un joven de 23 años que seguía donde fuera al "Cacique" y que, al igual que los más de 65 mil espectadores controlados en el recinto ese día, soñaba con presenciar el histórico encuentro.
"Esa mañana, mi amigo Manuel Tobar me regaló una entrada y nos fuimos temprano para allá... era hincha de Colo-Colo de toda la vida, indio", cuenta hoy, sin imaginar que ese recorrido sería el último que realizaría por sus propios medios.
Una vez que logró ingresar, se ubicó en el sector sur oriente del estadio, que horas después se vio absolutamente sobrepasado en su capacidad. Algunos fanáticos rompieron las rejas para entrar y otros, pese a tener su entrada, no lo lograron.
Mientras, en distintos puntos del sector de Cordillera, Galvarino y Magallanes, cientos de personas se subieron al techo de las graderías para tener mejor visión, sin pensar en las graves consecuencias que eso traería.
El accidente
El partido se inició a las 16:00 horas y pese a las dificultades del ingreso, Carlos estaba bien ubicado. Nada hacía presagiar que vendría lo peor. "Yo no estaba pendiente de lo que estaba pasando alrededor… Me di cuenta cuando empezó a crujir el estadio y ahí fue cuando se vino todo abajo", recuerda.
Habían pasado 15 minutos desde el comienzo del partido cuando una de las techumbres cedió por el peso de los hinchas. El resultado fue de 77 heridos y un muerto: Carlos Provoste Castro, de 23 años. En tanto, Alicia Sepúlveda Vásquez, de 34, quedó con daño neurológico severo tras pasar ocho meses en coma.
"Yo estaba abajo cuando se me vino la marquesina encima. Cuando nos dimos cuenta no teníamos dónde arrancar. Yo creo que fue el destino", dice. Su amigo, el que lo invitó al estadio, resultó ileso.
Tras el accidente, González perdió la conciencia y estuvo tres meses en estado de gravedad en el hospital Sótero del Río, donde le informaron que debido a la fractura de dos de sus vértebras no volvería a caminar. En la época, su caso fue destacado brevemente por los medios, pero finalmente cayó en el olvido.
Volver a vivir
El golpe para Carlos fue duro. Hasta antes del accidente cuenta que era amante del deporte, practicaba artes marciales y fútbol, estaba casado desde los 18 años con su mujer, Gladys, tenía tres hijos pequeños y una vida llena de proyectos que quedaron inconclusos. Pese a todo, logró salir adelante gracias al apoyo de su familia.
"Ellos fueron el motorcito que tuve para echarme a andar de nuevo, porque con un accidente de esta magnitud ya no quería nada de la vida y ahí necesitas a la gente que te quiere, que te haga sentir que siempre hay una manera de salir adelante", dice.
Carlos cuenta que en ese tiempo trabajaba como maestro carpintero y la empresa en la que estaba lo iba a contratar. "Teníamos un negocio en la casa y estábamos empezando a surgir. De hecho, con un amigo arquitecto teníamos la idea de irnos a construir a Kuwait después de la guerra. Hartos planes que no se llegaron a concretar".
Sin embargo, nunca se dio por vencido. "Soy una persona que siempre he tenido un espíritu de lucha. Independiente que de repente suceden cosas en la vida, hay que mirar al frente. Creo que la vida hay que vivirla para poder contarla, esa es mi filosofía para sobrevivir", afirma.
En el proceso fue clave la ayuda de su señora y de su hermana Mariana, quienes hicieron todas las gestiones para su recuperación. Además, la Teletón fue un gran soporte en lo físico y espiritual para él, destaca su mujer.
"Colo-Colo hizo lo mínimo"
La investigación judicial por el accidente desligó de responsabilidad a Colo-Colo y los familiares esperaron meses para obtener alguna reparación. En el caso de González, recién a fines de 1994 los dirigentes accedieron a entregarle una casa prefabricada en Lo Barnechea, sin condiciones para un discapacitado, y un auto usado, que a los pocos días de uso casi le provoca la muerte a su familia debido al mal estado de sus frenos.
"Para un accidente como el que tuve no hay pago, nada es suficiente. Colo-Colo hizo lo mínimo, en ese tiempo el presidente del club, Eduardo Menichetti, me dijo 'Carlitos, tú no tienes que preocuparte, Colo-Colo es una máquina de generar plata', pero de lo que él me dijo a lo que se hizo, dejó mucho que desear", reclama.
El club nunca más se preocupó de su destino. En el terreno que le dieron, y con la ayuda de sus hijos pequeños, construyó con sus propias manos una casa que ahora tiene en arriendo para poder vivir. A su juicio, "las instituciones debieran ser responsables de lo que ocurre dentro de sus límites. Colo-Colo no hizo eso, se olvidó de nosotros".
Sin embargo, pese a lo sucedido, sigue alentando al equipo de sus amores y asistiendo de vez en cuando al Monumental, donde no recibe ningún trato deferente por su condición. "A cualquiera que le pase algo como esto siente una especie de rencor con los dirigentes por lo que pudieron hacer y no hicieron. Pero con el nombre del club no, voy a ser hincha de Colo-Colo siempre".
Entre medio, Carlos se ganó la vida con un almacén que atendía el mismo y trabajando la camioneta que el club le pasó. Además, tuvo el empuje para crear un equipo, Los Patos de Barnechea, con el cual pudo seguir su pasión por el fútbol e incentivar al deporte a los niños de su barrio.
Hace ocho años se trasladó con su familia a Peñaflor, lugar en el que reconoce ha recibido ayuda del alcalde de esa comuna, Manuel Fuentes. "Es una buena persona", asegura, y durante todos estos años que ha pasado en silla de ruedas ha luchado ante las enfermedades que lo aquejan y las dificultades que existen para los discapacitados.
"No me puedo quedar en la pena. Pasa el tiempo y tienes que darte cuenta que si no te das ánimo y fortaleza, te lleva la muerte", concluye.