PARIS.- La capa superior de la atmósfera de una estrella, la corona, no es normalmente visible desde la Tierra a no ser la de nuestra estrella, el Sol, durante sus eclipses totales.
Sin embargo, por primera vez, la corona de otra estrella, una enana roja, acaba de ser observada desde el suelo.
Esta observación, efectuada por Jurgen Schmitt y Reiner Wichmann, de la Universidad de Hamburgo (norte de Alemania), que fue publicada en el último número de la revista "Nature", abre a los telescopios de la Tierra nuevas posibilidades de estudio, sobre todo de los ciclos estelares, según señaló el Observatorio Europeo Austral (ESO), desde Garching (afueras de Munich, sur de Alemania).
El trabajo de los dos astrónomos acaba de hacerse un lugar en una historia que se remonta a hace 130 años.
Durante el eclipse total de Sol del 7 de agosto de 1869, dos norteamericanos, William Harkness y Charles Young, observaron durante algunos minutos en el espectro de la corona solar una fuerte emisión imposible de atribuir a un elemento químico conocido.
La solución llegó 70 años más tarde, cuando Walter Grotrian (Alemania) y Bengt Edlén (Suecia) mostraron que esta emisión era de hierro ionizado (exactamente de átomos de hierro despojados de la mitad de sus 26 electrones).
Desde entonces, todos los rayos de emisión de la corona solar serán, según ellos, las de los iones.
Casi siempre la solución de un enigma suscita uno nuevo.
En este caso, tal estado de ionización de los átomos de hierro necesita temperaturas de más de un millón de grados. Ahora bien, la superficie visible del sol, la fotosfera, apenas alcanza los 5.500 grados Celsius.
¿Cómo una corona de plasma (gas ionizado) infinitamente más caliente que la fotosfera puede existir fuera de ella?
La explicación puede hallarse en un mecanismo de transferencia de energía entre las diferentes capas superiores del sol, donde el magnetismo juega un papel esencial.
Sin embargo este mecanismo aún no se comprende totalmente.
A causa de su temperatura, la corona solar emite esencialmente rayos X, que son frenados por la atmósfera terrestre.
Esta radiación sólo puede ser observada desde el espacio, lo que se consiguió por primera vez poco después de la Segunda Guerra Mundial.
La primera vez que se detectaron rayos X de la corona de una estrella que no fuese nuestro Sol, Capella, sólo se logró en 1975.
Decenas de miles de emisiones de radiaciones X de estrellas fueron observadas en el espacio desde entonces: la existencia de una corona alrededor de una estrella es, por lo tanto, un fenómeno muy corriente.
Para aumentar las posibilidades de descubrir una emisión coronaria desde la Tierra, Schmitt y Wichmann decidieron observar a las enanas negras, "estrellas abortadas" de masa demasiado débil como para que hayan podido desencadenar en su núcleo las reacciones termonucleares, lo que las hace ser poco luminosas.
En una estrella ordinaria, la emisión de la corona no puede distinguirse de la de su fotosfera, que es muy luminosa, por lo que intentaron observar a estas enanas negras, de fotosfera muy poco luminosa.
Su elección fue una enana negra, la CN Leonis (en la constelación de Leo) cercana a la Tierra (ocho años luz) con fuertes emisiones X.
En su espectro, obtenido con uno de los instrumentos del VLT (Very Large Telescope) de la ESO, en Chile, los dos investigadores buscaron el rayo de emisión del hierro doce veces ionizado en la corona solar.
Este rayo, en el espectro obtenido, se reveló inicialmente como de titanio ionizado, pero más ancho de lo habitual.
El rayo de titanio ionizado es identificable con precisión, con lo que los dos astrofísicos pudieron "sustraerlo" del rayo observado y obtener un "resto": la emisión de hierro ionizado doce veces, por lo tanto provenientes de la corona de la enana negra.
Aunque es muy débil, gracias a los nuevos telescopios, la emisión de las coronas estelares es a partir de ahora detectable desde la Tierra.