Alfredo Sfeir-Younis, Economista, ex consejero principal de los gerentes del Banco Mundial y presidente y fundador del Instituto Zambuling.
El MercurioSANTIAGO.- Algunos somos testigos y beneficiarios de ver, escuchar y, tal vez lo más importante, de utilizar los medios modernos de comunicación existentes. Más aún, las actividades económicas, como el comercio internacional por ejemplo, no sólo fluye a través de comunicaciones expeditas y de vanguardia, sino que, claramente, depende de ellas.
Por ello, no es extraño afirmar que la prosperidad en este siglo estará ligada a la capacidad y posibilidad que tengamos para comunicarnos. Y en la medida que los avances tecnológicos encierren conocimiento -y pocas materias primas- el desarrollo humano de nuestros países estará fuertemente ligado a las comunicaciones y sus tecnologías afines.
Pero el entusiasmo por incorporarnos lo más rápidamente a esta revolución oculta varios de sus aspectos negativos, tanto en el ámbito del contenido como del contenedor. No son elementos que invaliden una política abierta y agresiva en materia de telecomunicaciones. Pero sí llama a un debate nacional más profundo, sea desde una perspectiva como bien privado y colectivo.
En una óptica colectiva –porque como bien privado seguirá el camino ya trazado en respuesta a variables económicas y comerciales existentes-, el sistema incita a comunicarse. Sin embargo, todavía no genera la oportunidad de llegar a consensos colectivos sobre el contenido de esta comunicación.
Tenemos, por tanto, que definir lo que todos debemos y queremos saber como sociedad, sin exclusión. Porque la mayor parte de los sistemas de comunicación que hoy están disponibles no son realmente democráticos, ya que se favorecen a las elites intelectuales y a los que poseen más recursos. De hecho, el acceso a los medios de comunicación no es gratis y en muchos casos es más costoso de lo que la gran mayoría de la gente puede gastar.
Hoy, casi la mitad de la población mundial no tiene acceso a Internet, y si consideramos sólo el caso de Londres, que tiene más conexiones a la red que todas las que tiene el continente africano, la disparidad es un hecho objetivo. Ni hablar de las diferencias entre áreas urbanas y rurales, de género, etnias e ingresos.
Otros datos de prueba: en Portugal cerca del 60% de la población nunca ha usado Internet, y dentro de este marco, el 78% de las mujeres no han tenido acceso todavía. Entonces, hay que asegurar estructuras de manejo y gobierno en las distintas formas de comunicación moderna, permitiendo que éstas estén al alcance de todos.
Comunicarse es una necesidad. Pero la semilla para establecer una buena comunicación sólo germinará si creamos las capacidades de recibir y elaborar mensajes. Crear estas capacidades es un bien colectivo al que todos debemos aportar. Por ejemplo, enseñándole a los niños a comunicarse entre ellos para fortalecer sus identidades y beneficiarse de la comunicación con sus pares. En caso contrario, serán elementos pasivos de las comunicaciones futuras.
No podemos, entonces, dejar que la fuerza motriz de las comunicaciones sea la economía y los negocios. Las comunicaciones deben ser entendidas como una dimensión interna a nuestro desarrollo y no como una mercadería que se compra y vende al mejor precio.