BARCELONA.- Aunque el mundo del vino se ha modernizado en las ultimas décadas, el “sumiller digital,” un sensor desarrollado por investigadores españoles que descubre el origen de la uva, no se ha ganado aún la confianza de los enólogos.
A pesar de que identifica de forma rápida la procedencia del mosto, el tipo de uva, el año de la cosecha o la denominación de origen de un vino o alguna de sus características organolépticas, esta “lengua” electrónica no ha logrado encontrar una empresa decidida a darle salida industrial y comercializarla.
La directora responsable de la investigación, Cecilia Jiménez, del Instituto de Microelectrónica de Barcelona (IMB), recalcó que, aunque desde los medios de comunicación se le bautizó como el "sumiller digital,” su sistema de sensores no trata de sustituir el trabajo de este profesional.
Ventajas del sistema
El nuevo sistema ofrece un control rápido de calidad del vino y de los mostos, frente a los sistemas clásicos de laboratorio. "No queremos competir con los sumilleres, y aunque sea capaz de detectar características organolépticas del vino, se trata de un sistema complementario, no sustitutivo,” subraya Jiménez.
Este sensor del gusto permite controles rápidos para reducir, por ejemplo, la posibilidad de fraude sobre el origen de la uva o los vinos que compran los bodegueros. "El bodeguero recibe el mosto, le dicen que es ’chardonnay’, y aquí es cuando se utiliza la lengua electrónica, que agiliza el análisis,” explica la investigadora.
El sumiller digital se basa en un sistema de sensores, cada uno de los cuales es capaz de detectar un parámetro químico, ya sea concentraciones de ph de alcohol, azúcar o acidez.
Analizando todas las señales de forma conjunta se pueden llegar además a clasificar las muestras en función del tipo de uva, de la añada o de otros elementos, como la edad.
Desde el punto de vista enológico y en comparación con los modelos más clásicos, el sistema, según indica Jiménez, permite realizar análisis rápidos, fiables y con una instrumentación menos costosa, con un sistema portátil con el que se pueden hacer análisis en campo, en las bodegas, y controlar el proceso de fermentación.
A pesar de las reticencias iniciales, Jiménez espera, no obstante, que alguna empresa de instrumentación se haga cargo de la parte de ingeniería para convertir el prototipo en un equipo comercializable, para lo que considera que se necesita una inversión de unos 200.000 euros (unos 285.000 dólares).
La representante del IMB indica que este mismo sistema serviría para analizar cualquier tipo de bebida, como las aguas minerales. "Lo único que se necesita es entrenar la máquina” y contar con sensores específicos.