MOSCÚ.- El primer hombre que flotó en el espacio, Alexei Leonov describe 50 años después con la misma precisión el momento en que estaba suspendido "en la oscuridad profunda" con estrellas "por todas partes" y un "Sol enceguecedor".
A los 80 años de edad, el mal llamado "peatón del espacio" –ya que se trataba de flotar y no de caminar– tiene una versión más lírica de lo ocurrido. Así, el objetivo que había fijado el mítico padre del programa espacial soviético, Serguei Korolev, era "nadar en el espacio como los marinos en el océano".
Estamos en 1962, un año después del primer vuelo espacial tripulado realizado el 12 de abril de 1961 por Yuri Gagarin. La Unión Soviética y Estados Unidos se enfrentan a distancia por la conquista del espacio. Gagarin acaba de permitirle a Moscú sacarle ventaja a Washington.
"Korolev me eligió porque yo ya había pilotado varios aparatos, tenía buenas notas y pintaba, algo poco común en los cosmonautas", cuenta sonriente Leonov.
Tras entrenarse intensamente durante 18 meses, el cosmonauta estaba listo, pero la nave Voskhod-2, que pilota su amigo Pavel Beliaiev, no parecía estarlo del todo. "El cohete no tenía sistema de eyección", dice Leonov, afirmando que no tuvo miedo cuando se enteró. "Había que esperar nueve meses que lo reorganizaran o usar ese modelo. Preferimos la segunda opción", puntualiza.
En momentos en que el programa espacial soviético corría el riesgo de ser superado por el de Estados Unidos, "no se trataba de ser valientes. Simplemente sabíamos que había que hacerlo", agrega.
El 18 de marzo de 1965, 10 semanas antes que los estadounidenses, Beliaiev (indicativo Almaz-1) y Leonov (indicativo Almaz-2) se colocan en órbita a 498 kilómetros de la Tierra, o sea 180 kilómetros más arriba de lo previsto.
Una hora y media después, Leonov entra en la cámara del Voskhvod y Beliaiev cierra la escotilla interna.
Tras la despresurización, Leonov abre la escotilla externa y descubre el espacio, "una oscuridad profunda, estrellas por todas partes y un sol que brillaba de modo insoportable". Tras salir, "finalmente me separo de la nave" espacial, cuenta el astronauta.
"Filmé la Tierra, perfectamente redonda, el Cáucaso, Crimea, el Volga. Era hermoso", agrega. "Todo el tiempo me acordaba de la frase de Lenin: el universo no tiene ningún límite, ni de tiempo ni de espacio".
Pasan los minutos. Leonov oye en su casco al comandante enviar la noticia a la Tierra: "Aquí Almaz-1: el hombre salió al espacio". Luego oye al célebre locutor de radio soviético Yuri Levitan repetir esta frase.
"¿De quién está hablando?", se pregunta Leonov en un primer momento.
Pero las cosas se complican. Su traje se dilata y ya no puede usar la cámara. Sin esperar que el centro de control lo autorice, decide disminuir la presión en su escafandra y logra entrar en la cámara con la cabeza adelante, contrariamente a lo que estaba previsto. El cosmonauta está empapado de sudor y perdió seis kilos.
Luego, los tripulantes se dan cuenta de que el sistema automático de descenso no funciona. Regresan a la Tierra con el sistema manual y aterrizan en el Ural, a 2.000 kilómetros del lugar en que tenían que aterrizar, en Kazajistán.
"Esperamos tres días en el bosque antes de que nos rescataran y la radio soviética decía que estábamos de vacaciones tras el viaje", cuenta.