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Mordiendo La tierra

Se jugó mal y ante un rival notoriamente superior. Dos variables que si llegan a conjurarse en cualquier cancha del mundo, terminan como se sabe: con una humillante goleada en contra.

30 de Marzo de 2000 | 10:38 | El Mercurio
No es tampoco para echarse a morir ni para rasgar vestiduras. Se perdió de manera contundente con el mejor equipo de este debut eliminatorio, en un recinto históricamente insalvable. El problema es que el actual escenario era, fríamente hablando, previsible. Y la apuesta discursiva chilena, altamente riesgosa. En la teoría y en la práctica. Primero porque el desmedido optimismo de los actores criollos de nuevo pavimentó un terreno irreal - sustentado con la idea-fuerza "Chile ha acortado distancias con Argentina"- y luego porque la implacable derrota trajo la consabida depresión de los que empiezan con el pie izquierdo.

¿Qué se ganó, entonces, con el traspié en Buenos Aires? Un siempre necesario aterrizaje. Muy forzoso, pero útil. Seguimos a años luz de nuestros vecinos: en dinámica de juego, en consistencia futbolística, en envergadura física. Pretender que con un triunfo en una división menor - sin restarle ningún mérito a la Sub 23 en el Preolímpico- se emparejó milagrosamente un pronunciado desnivel, es un espejismo que se desvanece al primer roce. Por consecuencia, exponer a la savia joven - Tello, Contreras, Ormazábal, Maldonado y Pizarro- sin mayor respaldo que la intención de extender la racha y como respuesta a la presión externa, debe asumirse como una responsabilidad del técnico, más allá del bajo rendimiento de estos jugadores.

El aterrizaje debe remarcar otra verdad ineludible, matizada, disfrazada, pero jamás desmentida: Salas y Zamorano no sólo representan más de la mitad del poderío del elenco nacional, sino que constituyen el barómetro del equipo rojo. Con uno de ellos bajo el promedio - como anoche lo estuvo Zamorano- , la opción de obtener un resultado positivo se reduce a menos de la mitad; con los dos sin chispa, espacios para accionar ni balones con ventaja, Chile no tiene ninguna posibilidad de ganar. Salvo un chiripazo de marca mayor. Entonces la consigna es cuidarlos a más no poder, hablarles en su idioma, abastecerlos con regularidad. En ningún caso aislarlos, creyendo que por su exclusiva capacidad podrán subsistir en un terreno hostil. Ese es un error conceptual que a esta altura suena imperdonable.

Por último, el ítem confiabilidad requiere de una vuelta de tuerca. Los jugadores no sólo otorgan seguridad por su compenetración con el plantel, por su experiencia, personalidad o hábil marketing. Básicamente la dan cuando su performance garantiza que harán técnicamente lo correcto y que los márgenes de error fluctuarán por las variantes del juego y no por defectos en el aprendizaje de los fundamentos básicos. En tal sentido, e independientemente de la cuota de responsabilidad que tuvo en los goles de Argentina, Marcelo Ramírez confirmó que no aporta la suficiente confiabilidad para ocupar la titularidad en el arco de la selección. Cada pelota aérea que cruzó el área chilena desnudó, dolorosamente, las falencias que tanto le cuesta reconocer. Y que al parecer Acosta y sus asesores aún no detectan.

Por Hugo Marcone
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