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Un clásico en cuatro historias

Chile y Perú han protagonizado uno de los duelos continentales más estrechos y cerrados en las clasificatorias mundialistas. Con trayectorias casi similares, figuras inolvidables y una rivalidad permanente hay, tras cada triunfo o derrota, muchos cuentos que merecen ser contados. Ahora, en la antesala de un nuevo enfrentamiento, bien vale rescatar la tradición con pequeños relatos que ilustran una pasión que no se extingue, y que escribirá una nueva página este miércoles, tan inolvidable como las anteriores.

24 de Abril de 2000 | 09:29 | El Mercurio
1973
En el arco del "Negro"

El 13 de mayo de 1973 comenzó el romance del "Negro" Ahumada con el arco sur del Nacional.

Ese día, el de la primera revancha eliminatoria con los peruanos, las cosas no estaban bien. Los del Rímac habían ganado el primer partido 2-0, tenían una selección estable y poderosa que había sido protagonista en el Mundial de México tres años antes y habían aguantado el primer tiempo con un cero a cero que se sostenía en la notable actuación de Héctor Chumpitaz. Roberto Scarone, el estratega, había dispuesto sobre los 20 del segundo tiempo un cambio que podía resultar fundamental. Sacó a Teófilo Cubillas para que ingresara J.J. Muñante, apostando al contraataque y la velocidad del delantero, en una modificación que haría historia, porque el mítico número 10 jamás la perdonaría.

Chile, en cambio, estaba herido. Carlos Caszely había sentido fuerte el esfuerzo desplegado ante Botafogo en el partido clave para clasificar a la final de la Copa Libertadores, y su ingreso había sido autorizado sólo minutos antes del pleito. Pero su aporte era escaso y la única situación de gol que se propició fue desperdiciada por su propia inseguridad. Había entrado Crisosto y también Osvaldo Castro para hacer el enganche, porque el Hallulla Muñoz estaba naufragando en la mediacancha, básicamente porque no encontraba respaldo en un complicado Chamaco Valdés, que había errado varios pases.

Hasta que apareció el "Negro". En un arco que ya había conocido de su potencia pocos días antes cuando remeció las redes de Botafogo en un milagroso empate 3 a 3 que había clasificado por primera vez a un equipo chileno para la final de la Copa Libertadores. Y esta vez, cuando los peruanos iniciaban la "segunda fase" de la defensa del resultado, Ahumada abrió el camino a los 68' con potencia para disparar cruzado, obligando al arquero Uribe a dar el rebote que sería cazado por Julio Crisosto para marcar el primer tanto que claramente no alcanzaba para forzar una definición. Faltaba un gol.

Dos minutos después, el "Negro" atropellaba desde atrás para puntear una pelota suelta y decretar el 2-0 que forzaría el alargue en Montevideo un mes después.

Ahumada era un coquimbano "fregado" (la definición es del arquero Adolfo Nef), con fama de eterno "cheque a fecha", que había iniciado su carrera en Deportes La Serena. "Yo no tomé esta carrera con responsabilidad" - decía en una entrevista a la revista "Estadio" la misma semana en que se convertía en héroe nacional. "Para mí, esto de jugar era cosa de los domingos nada más. Con 50 escudos en el bolsillo me sentía rico". Llegó a Colo Colo a la sombra de Juan Koscina, como salvador de un cuadro que no funcionó de inmediato. Había debutado en 1963 en el cuadro granate "y de inmediato tuve problemas con Paco Molina, por mi genio. En ese tiempo yo era medio idiota, me enojaba con facilidad y eso, lógicamente, me creaba problemas. Un día me enojé y me fui dos meses, pensando en que no volvería. Fue recién en 1966 cuando me gané una camiseta de titular".

Ese 13 de mayo de 1973 Chile se convenció que podía ganar. No importaba el cansancio de los hombres de Colo Colo, disputando las fases finales de la Copa Libertadores. Tampoco el fracaso directivo para contar con Elías Figueroa o Carlos Reinoso. Luis Alamos, en la antesala del partido, y oyendo los despachos radiales que desde Santiago anunciaban que Pedro Araya había aterrizado en Pudahuel para integrarse a la Roja, se había parado durante dos horas en la puerta del Hotel O'Higgins de Viña del Mar - sitio de concentración del seleccionado- en una espera tan ridícula como vana.

"Se les bajó la moral al comprobar que no eran mejores que nosotros, como estaban convencidos. Les ganaremos el tercer partido donde y cuando sea", anticipaba el Pollo Véliz tras el triunfo, mientras Cubilla lloraba a lágrima suelta en el camarín peruano. Así sería. Un dos a uno con historia jugado en Montevideo nos clasificó para el Mundial de Alemania con un gol que compartieron el centro largo y llovido de Reinoso, la peinada leve de Farías, el fracaso del arquero Uribe para contener el rebote y el relato frío, muy sobrio, de Sergio Silva en la transmisión televisiva.

Pero esa era otra historia. La que provocó el "Negro" Ahumada con una actuación descomunal el 13 de mayo, en un romance que nacía con el arco sur.

1977
El refugio de Carahue

"Aquí me tienen. No había arrancado, no estaba escondido, no rehuía el enfrentamiento con nadie. Cuando veníamos volando de regreso, a la altura de La Serena, venía pensando en cómo tenía que afrontar la segunda parte, quizás la más difícil, de mi responsabilidad de entrenador nacional. No. No escondería la cara. No me irritaría ante la impertinencia. Pero tampoco entraría en el conventilleo. Y, entonces, me asaltó por primera vez la duda. Me imaginaba que había mar gruesa y me parecía razonable.(...) Y pensé en mi casa de Carahue, donde está mi padre, que tiene 85 años de edad, donde tengo muchos amigos. Podrían hacerme bien unos días de retiro. La decisión la tomé en Pudahuel, cuando un reportero de un canal de televisión fue más allá de lo que me pareció prudente, justo, profesional, respetuoso en esas circunstancias. Y me fui a Carahue".

"Yo tenía claro el panorama, aunque reconozco que después me faltó definición y quizás ahí esté una de las causas del fracaso. Mi instinto me decía que debía recurrir preferentemente al medio nacional para dar estructura al equipo, con tres incrustaciones venidas desde afuera: Figueroa, Quintano y Caszely. Si hubiese mantenido mi idea original, tal vez la meta se habría alcanzado. Y no porque ahora reniegue de Reinoso, Castro u otros sino porque el trabajo se habría hecho de otra manera".

Quien habla es Caupolicán Peña, seleccionador chileno en 1977. La entrevista es de Antonino Vera y se realiza pocas semanas después que Perú ha dejado a Chile y Ecuador en el camino, en una eliminatoria que se definió en el Estadio Nacional de Santiago, el 6 de marzo, cuando un zurdazo de J. J. Muñante desde la derecha, a un metro del vértice del área grande, sorprendió tapado y desprevenido a Adolfo Nef a los 28 minutos del segundo tiempo para decretar el uno a uno que nos dejó prácticamente fuera del Mundial de Argentina. Era el 1 a 1 en Santiago y todo lo que se escribió después - incluido el 2 a 0 final en Lima- no tenía significado alguno. La selección chilena había sido capaz de ganarle a Ecuador en Guayaquil (1 a 0 con gol de Miguel Angel Gamboa) pero el duelo estrecho con los peruanos se definió en Santiago, donde el equipo dirigido por Marcos Calderón fue inmensa, infinitamente superior.

La recaudación registrada esa noche - 230 mil dólares- era récord histórico absoluto para nuestro país. Indice claro de la euforia que despertó la selección y las ilusiones generadas en un equipo que cimentó su opción en las individualidades. Nef era el arquero. Daniel Díaz, Figueroa, Quintano y Enzo Escobar los defensas. El mediocampo era "repatriado": Roberto Hodge, Ignacio Prieto y Carlos Reinoso; Luis Miranda, Osvaldo Castro y Gamboa los atacantes. La lesión de Prieto permitió el ingreso de Sergio Ahumada quien, a los 42 minutos, abrió la cuenta en una jugada polémica, donde el argentino nacionalizado Quiroga jura que el balón no alcanzó a entrar.

Las críticas para Caupolicán Peña fueron duras. Por eso se fue a Carahue apenas terminaron las eliminatorias. Por eso buscó refugio en el puerto fluvial de la Novena Región mientras en Santiago arreciaba la tormenta.

1985
Los 13 minutos de Acasuzo

Las galerías costaban 200 pesos, pero quedaron 18 mil sin vender. Más de cinco mil Andes, cuatro mil reservadas para los niños y mil Pacíficos, pese a que Miguel Nasur había anticipado que se encontraban agotadas. Treinta mil entradas sin vender para un partido de "repechaje" frente a los peruanos.

Chile, dirigido por Pedro Morales, venía de perder la primera fase ante el Uruguay de Omar Borrás en un historiado partido en Montevideo. Perú se había quedado en el camino agónicamente, cuando Ricardo Gareca anotó para Argentina en el último minuto del partido en Buenos Aires.

El canciller Jaime del Valle ocupó la solitaria tribuna oficial acompañado de José Luis Bustamante, el embajador peruano, en un acto protocolar que resultó vano, porque incidentes no hubo. Tampoco muchas emociones.

La culpa la tuvo Acasuzo. Eusebio Acasuzo.

Que tuvo su cuarto de hora de negra fama en el Estadio Nacional de Santiago el 27 de octubre de 1985. Aunque, para ser rigurosos, fueron apenas 13 minutos.

A los cinco, un foul de Gastulo a Yañez por el sector derecho pone frente a la pelota a Jorge Aravena, por aquel entonces el cañonero más temible de América. Acasuzo forma una barrera precaria, esperando el centro. Pero el "Mortero" elige su palo y, con más colocación que violencia - la pelota incluso da un pique antes de entrar- abre la cuenta.

A los siete, Hugo Rubio desborda por la izquierda a Ramón Toribio Díaz y saca, sin convicción ni potencia, un remate bajo, fácil para el arquero que había sido héroe en el empate 2 a 2 en el Monumental de River y que fue repatriado desde Bolívar de La Paz como gran solución para un puesto siempre deficitario en la selección del Rímac. Pero Eusebio Acasuzo ya había comenzado a escribir su tarde más negra y, en una acción tan torpe como incalificable, deja pasar el remate hasta el fondo de su arco.

A los 13, desde el piso, humillado y vencido por un remate de Alejandro Hisis desde 30 metros, sin más consuelo que el convencimiento que ese "misil" no lo detenía ni el más inspirado de los arqueros, Eusebio Acasuzo vio cómo su entrenador, Roberto Challe, le pedía a Ramón Quiroga - un argentino nacionalizado que había capeado hace rato los rumores de ir a menos frente a su país natal en las semifinales de la Copa del Mundo de 1978- que iniciara el calentamiento.

A los 24 minutos, Eusebio Acasuzo emprendía el largo y tortuoso camino a los vestuarios, sin presentir que el partido finalmente terminaría 4 a 2 (con dos goles de Franco Navarro para su equipo), que luego con un tiro libre de Aravena perderían también en Lima y que Chile caería inapelablemente ante los paraguayos en la segunda ronda del repechaje, quedando sin opción de asistir el Mundial de México.

Eusebio Acasuzo volvió a La Paz aunque el estigma lo perseguiría de por vida. Denunció luego que lo habían acusado de "vendido", que la gente no lo dejaba en paz por las calles y que ninguno de sus compañeros tuvo frases de consuelo en el vestuario, mientras rumiaban la más dura de las derrotas.

"Son cosas que suceden, hermano. A cualquier arquero del mundo le pueden pasar. Y de los tres goles, sólo me comí el de Rubio, porque los otros eran inatajables. Respeto la decisión del entrenador de cambiarme, pero yo quería seguir", dijo en el Estadio Nacional, tras los 13 minutos más espantosos de su vida. El martes 29 fue separado de la selección por "problemas anímicos". El senador Genaro Ledezma, de la Izquierda Unida, pidió una investigación al Senado de la República por considerar que el portero "atentó gravemente contra los valores patrios".

La investigación jamás se realizó, los valores patrios siguieron intactos, Acasuzo jamás olvidará esta historia y 30 mil personas se quedaron sin ver los 13 minutos más espectaculares que se recuerden en estos duelos eliminatorios frente a Perú.

1997
La amenaza y la promesa

La noche del 11 de octubre de 1997 fue de reunión para el clan familiar de los Abumohor, una de las familias de mayor prestigio empresarial en Chile.

En torno al patriarca, Nicolás, se reunieron los hermanos, los hijos y los nietos. Como era habitual, hubo risas, comida árabe, viejas anécdotas mil veces contadas y más de algún reproche familiar. Nada de negocios, porque de eso no se habla en casa, advirtieron las mujeres.

Pero el objetivo de la reunión era claro y sólo se develó cuando se hubo retirado la mesa, los niños jugaban en otra parte y los hombres apuraban el bajativo. Esa noche existía sólo para advertirle a Ricardo Abumohor, uno de los hijos del anfitrión, que si Chile no ganaba al día siguiente, la familia lo subiría a un avión y lo mandaría a cualquier parte del mundo. Que se tomara vacaciones largas, que se hiciera cargo de alguno de los negocios en el extranjero, que se olvidara de Chile.

Estaba advertido.

Cuando Ricardo Abumohor salió rumbo a su casa, la tensión lo tenía al borde del colapso. El presidente de la Federación de Fútbol de Chile se había jugado la tranquilidad, los amigos y su particular modo de vida en el proyecto que en pocas horas más tendría su "prueba de fuego". Quiso planificar, pero terminó, como muchos, cediendo a la tentación improvisadora. Primero se fue Arturo Salah para que llegara Xabier Azkargorta, a quien Abumohor le rindió lealtad hasta que sintió que su proyecto se hundía. Entonces cerró los ojos, invocó a la fortuna y nominó a Nelson Acosta para que se hiciera cargo de una selección en la que, a esas alturas, nadie creía.

El tema era serio porque Abumohor, viejo zorro en las lides de la negociación, había hipotecado todas sus influencias y contactos para elaborar un calendario que no sólo era favorable a Chile, sino descaradamente manipulado para terminar jugando los puntos decisivos en casa ante los rivales a vencer.

Y al día siguiente llegaba Perú, tres puntos arriba en la clasificación. Había que ganarlo y luego derrotar a los bolivianos, también, por supuesto, en el Estadio Nacional. Si Chile no ganaba, la gente que había arrebatado con compulsión las entradas desde las boleterías, haría patente su frustración, la prensa crítica se tomaría revancha y los dirigentes le pasarían la factura.

La petición era lógica. Si no ganaban, Abumohor capearía el temporal, pero los pasajes familiares estarían sobre la mesa dispuestos para la partida. El hombre se jugaba, como ya lo había hecho durante dos largos años, parte importante de su vida.

Sin las presiones de su presidente, Pedro Reyes, un humilde antofagastino que se había consagrado no sin dificultades en Colo Colo, descolgaba el teléfono en "Juan Pinto Durán". Concentrado junto al resto de sus compañeros, discó el número de su casa en el norte para hablar con su madre.

"Feliz cumpleaños, mamá - recitó cuando le contestaron- . Mañana estaré muy ocupado, mamita. Por eso te saludo hoy. Pero te prometo una cosa: te dedicaré el triunfo y además voy a marcar un gol".

Pedro Reyes no sabía, aún, que el partido se viviría bajo extrema tensión. Que los peruanos serían hostilizados por una masa ansiosa de llegar al Mundial, catalizando viejas rivalidades que tendrían su expresión máxima en la entonación de los himnos por vez primera en el Estadio Nacional desde que se disputaban las eliminatorias.

No sabía que, tras la apertura de la cuenta de Marcelo Salas a los cuatro minutos de juego, los peruanos de Juan Carlos Oblitas jugarían un brillante partido y que Flavio Maestri, casi al finalizar el primer tiempo, estrellaría dos veces la pelota en el palo.

No sabía que estaría dando el paso definitivo para clasificar al Mundial de Francia y que sería esa tierra la que lo acogería para iniciar allí su aventura profesional europea. Y, definitivamente, no podía saber que a los 59 minutos, cuando la incertidumbre hacía presa a todo un país, sería él quien marcaría el gol de la tranquilidad, con el que aquietaría las aguas, desencadenaría la goleada y cumpliría con la promesa realizada a su madre la noche previa.

Mientras Reyes festejaba en la cancha, su madre lloraba a la distancia y el público deliraba. En la tribuna, Ricardo Abumohor soltaba una lágrima...

Vea nuestro especial sobre las Eliminatorias


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