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La Columna de Amanda: Volviendo al colegio

05 de Septiembre de 2003 | 07:56 | Amanda Kiran
En ese rato habría pagado por ser sorda. O, quizá mejor, por haber llevado los audífonos más grandes que existieran en el mundo, para que con ellos me pudiera sentir fuera, lejos del alcance de las palabras mas lesas y sin sentido que he escuchado hace tiempo.

La cosa es así: tengo libres algunas mañanas de la semana, y para no quedarme luchando entre las sábanas, me levanto temprano y voy a un club cercano a mi casa, en el cual tengo buenos amigos, que me dejan utilizar su sala de maquinas y trotadoras.

Es muy agradable levantarse en las mañanas a hacer ejercicio, sobre todo ahora que se acerca el verano, y los cuerpos ya no se mantienen solos. Es sano, me hace sentir bien. Muy bien.
Partí hace poco con esta nueva rutina, y hasta hoy estaba todo perfecto.

El Pato, profesor a cargo del lugar, me ayuda con los máximos y con los ejercicios que no estoy haciendo bien.

LLa María Paz va a veces, bajo mis mismas condiciones, así que me entretengo mucho conversando cualquier tontera con ella. Es de otra generación, pero tenemos varios temas en común, que nos hace matarnos de la risa por un rato, mientras sufrimos con la rutina de pesas o abdominales.

El problema está cuando ella se va y llegan las “socias” de este club. Para esos momentos, es cuando necesito tener mis audífonos.

En ese instante me encontraba haciendo una parte que me toca levantar mucho peso con los brazos, es un ejercicio que se llama press banca.

Ya era mi quinta levantada, cuando escucho a una rubia, con cejas bien negras - por supuesto- conversando con una morena flaca.

-Oye Ester, ya no traes a los niños al tenis en la tarde.

-No María Eugenia, al Tomasito ya no le gusta, y no lo voy a obligar.

-Pero y la Agustina, a ella si le gustaba venir…

-Si, pero prefiere quedarse conmigo, o acompañarme a mis clases de yoga en las tardes. Lo pasa chancho.

-¡Ah!, mira tú… Yo estoy yendo en las mañanas a clases de cocina en este lugar tan de moda, ¿lo ubicas? El.....mmmm ¿cómo se llama? Se me borró el nombre, es en francés.

-¿El culinari?

-¡Ese Mismo!, el culinari, tú te mueres lo entretenido que es.... Vamos cinco amigas como terapia, nos reímos, disfrutamos, ¡es de lo más que hay!

Yo, a esas alturas, realmente estaba apenas levantando mis brazos, y el sudor se había ido, sólo tenía frío.

Entonces, ella prosiguió...

-lo único malo es que se nos coló una niña, que es conocida, es decir (del turno) de los niños del colegio de la Teté. No pudimos hacer nada, entró y está yendo con nosotros, eso es súper fome.

-¡Ay!, pero que latera más grande, que desubicá, yo jamás me metería a un curso de cocina con gente que no conozco, enfermo de desatinado lo encuentro.

-Sí, imagínate que ella ni habla, no conoce a nuestras amistades, y si nombramos a una o a la otra, ella no tiene nada que opinar. Te juro que es terrible.

La conversación me distrajo, no lo pude evitar, no sé si eso está mal, pero era impactante. Intenté repetidas veces de abstraerme, me forzaba a no mirar -porque mis ojos tenían esa expresión, con cara de fin del mundo- a este par de mujeres, cerca de los treinta y cinco años, garabateando estupideces.

No lo podía creer, me sentí en el patio de un colegio escuchando a niñas de quinto básico. Pensé que con la edad las cosas cambiaban, pensé que habían avances. Siempre pensé que todos crecíamos, pero hay gente que no. Eso lo sé ahora.

Me atemoricé, me sentí incómoda, y tal vez, no a lugar. Terminé mi sesión y fui rápidamente donde el Pato, a preguntarle qué pensaba de mí.

Luego de una carcajada, me dijo:

-Yo ya tengo los oídos sordos, me divierte que te baje este susto. No te preocupes, no estás ni cerca, ni de bolsillo, ni de personalidad.

Y se volvió a reír.

La verdad, eso no me tranquilizó. Tal vez me sentí peor, atada de manos, peor de no poder hacer nada.

¿Qué podría hacer? Sólo soñar porque sus hijos no salgan iguales a ellas. Pero por el otro lado, tal vez ellas están soñando que sus hijas no salgan igual a mí, y eso es el mundo, aunque no nos guste.

Vivimos en un zoológico gigante, donde entre todos debemos respetarnos tal como somos, porque al menos no hay jaulas tan delimitadas, y tenemos criterio.

Lo único que no puedo dejar de hacer es nunca más dejar mis audífonos. Lo que yo escuche a partir de hoy es cosa mía, eso al menos sí lo puedo cambiar.
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