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La Columna de Amanda: Carrera dieciochera

19 de Septiembre de 2003 | 18:50 | Amanda Kiran
No sabia qué hacer. Quería estar con alguien, pero en el teléfono nadie contestó, ninguna de las llamadas efectuadas tuvieron respuesta.

Era un fin de semana largo. Era 18 de septiembre en Santiago, creo que por primera vez. Tenía que trabajar ese 18, debía cubrir algunas fondas, tomar fotos y contar lo visto.

Esa mañana decidí ordenar mi laboratorio de fotos arrumbado hace varios años. Tal vez liberarlo de las telarañas y volverlo a conquistar.

Así que al abrir una de las cajas, bastante húmeda y en mal estado, me di cuenta que me faltaban cubetas y una que otra pinza. También un balde para el baño final y otras cosas. Entonces el orden partió por ir a buscar los artículos básicos necesarios para reorganizarlo.

Me fui caminando por pedro de valdivia. Un 17 de septiembre, la gente ya anda a media máquina, pero por lo mismo, anda de excelente genio. Caminé hasta providencia, donde tomé la primera micro que bajara por la alameda.

Al llegar al paseo ahumada me bajé y me fui a recorrer. Caminé por varias calles, y busqué las cosas que necesitaba. Me hacía falta de todo un poco.

Por las calles, parecía viejo pascuero llena de cosas. El gasto en total eran como de cinco mil pesos, pero parecía que tuviera un supermercado entero, entre baldes, cubetas, pinzas y otras cosas de gran porte y poco peso. No me veía debajo de todo.

Estaba entusiasmada y contenta de lo que deparaba mi tarde.

De pronto, de una tienda ABC del centro, siento un grito... Escucho mi nombre: “¡Amanda! ¡Hey! ¡Amanda!”.

Yo, con tanta cosa encima, no podía ni doblar el cuello. De hecho, todavía no sé como me reconoció... Era el Nacho, un compañero de “universidad” cuando recién salí del colegio.

Estuve un año estudiando fotografía, decidiendo un poco mi norte, y él fue mi compadre ese año, creo que no lo veía desde el último día que fui a clases.

-Amanda -dice- tanto tiempo, ¿te ayudo?

Solté la cantidad de cosas que tenía encima, y le di su merecido abrazo. Vestía una corbata a medio subir, un traje café, seguramente heredado obligatoriamente del padre, para poder trabajar en ABC como vendedor. En eso estaba cuando me divisó.

Me alegré mucho al verlo, recordé la cantidad de años que llevamos haciendo nuestras cosas, sin recordar ni un sólo minuto lo que fui ese año. Es como si nunca hubiese existido, hasta que lo vi a él, y todas las imágenes vinieron a mi cabeza.

Las aventuras que tuve, las tonteras que hicimos, tal vez en lo que podría estar transformada hoy. Fue nostálgico.

-Amanda -insiste- dejemos tus cosas en la tienda y acompáñame en mi hora de colación.

Lo dudé unos segundos, tenía las justificaciones a flor de piel, pero por los viejos tiempos no quise decir que no. El estaba realmente feliz de verme y a mi no me costaba nada almorzar con él.

Entonces hablamos con su jefe, dejamos mis cosas, y partimos a almorzar.

Lo que nunca supe fue que el jefe, que era amigo de él, le había dado la tarde libre, con una buena cerrada de ojos incluida. Yo ni me percaté.

Partimos al mercado. Su familia tenía la típica picá a la que íbamos siempre después de clases. Al llegar nos empapamos del ambiente. Era dieciochero total.

Miles de banderas por todos lados, la gente riendo por todo, los platos especiales... etc. Mi trabajo ya empezaba, y mi artículo crecía en ideas dentro de mí.

Al llegar al local, que había crecido considerablemente en estos últimos diez años, nos salió a recibir su inolvidable tío, con un poco más de guata, un poco más aliñado, pero igualmente cariñoso.

-Amandita, nuestra regalona, pensamos que no te volveríamos a ver.

Me sonrojé, y fue entonces donde empezó mi dieciocho.

Terminamos ahí, entre bombos y platillos, a las seis de la tarde. Yo ya estaba bastante entusiasmada con algunas copas de vino, que se mezclaron con el pisco sour del aperitivo.

El Nacho me invitó a su casa. Ya había llamado, me esperaban sus primos, su familia y seguiríamos la celebración...

Para mi era un 18 triste y su calurosa invitación ya me tenía embriagada, así que seguí con él y su familia celebrando el día de la patria. Sus primos, la fiesta, la fonda casera, la chicha, sus padres, la música, la cueca, todo, detalles que con mi familia no vivimos nunca, otra realidad, otra forma, otro 18.

Desperté a la mañana siguiente en la cama de la hermana chica. Ella dormía en el suelo junto a mí. Eran las ocho de la mañana y no se oía ningún ruido. La casa dormía tranquila.

Me levanté con un leve dolor de cabeza que retumbaba en los oídos. Saqué despacio mi chomba, estaba ya vestida (así dormí), sólo tomé mi bolso y dejé un papel agradeciendo.

Así, sin despedidas, me fui. ¡Que dieciocho inolvidable!

Trabajé el resto del fin de semana, y no olvidé ningún detalle de lo vivido. Fue un buen reportaje.

No he vuelto a ver al Nacho. No me atreví nunca más a ir a buscar mis cosas. No sé por qué. Todo fue muy divertido, y prefiero dejarlo ahí.

Mi laboratorio sigue sin vida. Mi cargo de conciencia también.

Volví a una burbuja, por miedo a escapar para siempre y no saber el camino de vuelta.

Así es mi vida, así soy feliz.

¡Feliz 18!
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