EMOLTV

Un saludo de arriba

28 de Noviembre de 2003 | 17:11 | Amanda Kiran
Me escuchó desde el otro lado de la oficina, y llegó a contarme su historia.

Para mi la Berta tenía algo extraño en la mirada, algo perdido, pero no me daba miedo, a muchos de la oficina sí, a mí no.

Me encontraba relatando mi reciente choque. La vaca, el susto, el auto hecho añicos. Lo que viene después, la gente, la ayuda, el relajo por lo que no pasó, y de lo que te salvaste. Un sin fin de detalles, tragicómicos.

Era entretenido relatar la historia así. Como contando una película, y todos mirándote, interesados hasta decir basta. Protagonista de una historia real, mi propia historia.

Entonces entró ella, quitándome total protagonismo. No sólo quitándomelo, sino que espantando totalmente a mi audiencia. En dos segundos, todos los que me oían tenían reuniones, almuerzos, comidas, todo para escapar.

Me dejaron sola con ella. Hasta el Pepe, que trabaja en mi misma oficina, se escapó yendo a buscar a su sobrina al jardín infantil. (Esa fue lejos la peor chiva de todas).

Ahí estaba yo, frente a la Berta, esperando oír lo que me quería decir.

"Mira Amanda, no me aguanté de venir a verte, a contarte mi historia, tú eres sensible, tú me vas a entender", dijo.

Ahí me imaginé cualquier cosa...Horas de horas. Una lata, pero me armé de valor. Entonces empezó.

"Yo, hacía clases en un colegio rural, bien al sur. De Temuco al interior, lejos, muy lejos de acá.
Mi jeep, uno viejo que había heredado del dueño del fundo en el cual yo vivía, me llevaba a todas estas escuelitas en las cuales yo enseñaba a los niños a leer.

Los caminos eran malos, llenos de riscos, llenos de polvo, llenos de curvas, llenos de vida. Eran hermosos, y yo no me separaba de mi cámara de fotos, porque las visuales eran únicas, y no me quería perder de nada.

Fue entonces, justo antes de la maldita curva que me llevó a perder el control, cuando lo vi. Estaba parado en la entrada de un cementerio mapuche. Ahí, afuera de él, esperando a su madre (al menos eso me imaginé).

Era un niño, muy abrigado con un poncho de colores y una sonrisa blanca que llegaba hasta mí. Lo vi desde lo alto del camino: un mirador a ese cementerio, lejano y distante. Me hizo una seña, y yo se la devolví. Fue hermoso, fue momentáneo. Una risa perfecta.

Segundos después, sin saber cómo, iba dentro de una batidora sin sentido de un lado a otro, golpeándome con el techo, las ventanas, mi cámara dando vueltas por todo el auto. El susto, el schock, el temor de no parar de dar vueltas".

¿Cómo fue que llegaste a eso?, le pregunté intrigada.

"La curva se acortó y me dejó sin control… Entonces empecé a caer… Fue terrible", me contestó.

Mientras la Berta hablaba, yo anhelaba que los demás compañeros de oficina estuvieran escuchando. La historia era mucho más increíble que la mía. Y ella se emocionaba cada vez más mientras me la contaba.

Yo ya era parte del lugar, me estaba imaginando todo. Era una experiencia. Toda una experiencia.

"Cuando el auto se detuvo -prosiguió- fue cuando lo vi por segunda vez. Me hizo una seña por la ventana, apareció por ahí sobre el auto. Su sonrisa otra vez. Fue extraño.

Entonces empecé a intentar salir, haciendo fuerzas de un lado y del otro. El camino, como en todo Chile, estaba a medio hacer, y por lo mismo no pasaron muchos segundos para cuando los trabajadores de la carretera estaban intentando sacarme.

Entre el susto, la confusión, el enredo, sólo atiné a gritar. ¡El niño!... ¡¿Dónde está el niño?!...¿Lo atropellé?

Pero Berta, ¿por qué preguntaste eso?, comenté yo igual de intrigada que antes. Porque esa sensación me quedó. La sensación de que lo había atropellado, era horrible.

Los bandereros y demás trabajadores se miraron espantados.

"¡¿Qué niño?! Tranquila señora. ¿Usted iba con alguien más en el auto?", preguntaron.

"No, había un niño aquí, junto al cementerio".

"Tranquila señora está todo bien, no se asuste", dijeron para tranquilizarme.

Los hombres me trataron de calmar, pero a la tercera vez que pregunté por el famoso niño saltó uno y me respondió.

"Señora, por acá no hay nadie, en al menos 100 km. a la redonda. Nosotros la vimos caer y corrimos a ayudarla. Debe llevar no más de un minuto dentro del automóvil. Y no ha habido ningún niño en todo este rato ni en el mes que llevamos trabajando aquí", volvieron a decirme en coro.

La historia automáticamente estaba llegando a su fin. Y mis pelos, ya erizados, no querían bajar. "Piensa lo que quieras", me dijo, "sólo te lo quería contar. La vida da segundas oportunidades, eso creo. Esa es mi experiencia". Y se fue.

Me dejó sola en mi oficina con la cabeza llena de preguntas. Sola frente al computador.

Sola.

Amanda Kiran
EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?