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Pies en vitrina

06 de Febrero de 2004 | 19:01 | Amanda Kiran
Zapatos.

¿Qué zapatos me pongo?

Qué terrible no tener que ponerse en los pies! Es peor que no tener que ponerse en el cuerpo, es no poder caminar.

Con la Andrea abrimos el closet, y lo único que habían eran zapatillas.

"¡Pero Amanda, ¿cómo no te preocupaste antes?!". Ese tono exacto habría sido el de mi mamá... o la mamá de ella.

Estábamos de intercambio... seis meses fuera. Todo en otro idioma, todo dependiendo de nosotras, todo un mundo en seis meses que no podíamos creer.

La Andrea estaba preocupada, ya que la fiesta era obligatoria y yo no tenía qué ponerme en los pies. Finalmente, decidimos recurrir a los fondos de emergencia.

Esos fondos los teníamos guardados en un cajón pequeño, insólito, en nuestra pieza. Dormíamos juntas, en un internado universitario yankee, donde la vida se vivía realmente al máximo.

Le dimos muchas vueltas al asunto, y la verdad no había vuelta. Había que terminar gastando un porcentaje de nuestros ahorros. Esta sí era una emergencia.

Todos los nuevos alumnos debían presentarse en esa fiesta, un mes después de haber llegado. Éramos varios los recién llegados y la fiesta esperaba por nosotros. Era una gala. Gala, como "Los Globos de Oro", donde las mujeres compiten por verse más estrafalarias o más bellas. Da todo lo mismo, lo importante es figurar. La comodidad no es lo primordial.

A mí todo esto me parecía ridículo, pero era una de las cosas que nos "obligaban a hacer". Uno de los requerimientos era ir a esta famosa Gala, así que mi amiga Andrea estaba en lo cierto, era mi culpa no haberme preocupado antes.

Me molestaba pensar que debería gastar parte de nuestros ahorros, en aquellos estúpidos zapatos –que, sabía, no volverían a tocar el suelo luego de esa noche-. Pero había que hacerlo. Caminamos horas buscando los más baratos. Por ende, los mas incómodos también.

Fue así que llegamos a esta tienda, con un vendedor parecido a "Al Bundy" que nos ofreció cientos de ellos, de diferentes colores, diferentes portes, distintos estilos, hasta que dimos con lo que buscábamos. No gastamos tanto, y me sentí un poco mejor.

Me vestí lo mejor que pude, nos peinamos y partimos a esta gala. Al entrar, sentí como un frío me recorría desde los pies hasta el último pelo de mi cabeza. Eran las miradas de las miles de personas invitadas. De verdad, nos desvistieron y volvieron a vestir en tres segundos de abajo hacia arriba y viceversa.

No me importó, y con la mayor tranquilidad que pude seguí caminando, buscando nuestra mesa. La Andrea me tocó el hombro en son de compañía, eso me hizo sentir bastante mejor. Mientras llegábamos a la mesa 83, alcancé a observar el jardín enorme del recinto. Los bellos pastos verdes, bien cuidados, y la luna que lo iluminaba perfectamente. Parecía el Estadio Nacional de noche.

Nos sentamos y empezó el show. La Andrea, con unas copitas ya en su cuerpo, tomó ritmo y personalidad, y se fue a bailar muy luego. Antes del postre, de hecho. Yo, en cambio, no daba más… Los pies me estaban matando, así que decidí salir a caminar al jardín que me estaba llamando desde que entramos a la gala.

Me puse a caminar sin los tacos. A recorrer el lugar. A lo lejos escuché unos niños. Los hijos pequeños de algunos invitados habían armado la nunca bien ponderada "pichanga". Gringos, rubios, fomeques en comparación a los chilenos, pero niños al fin y al cabo, felices jugando fútbol.

Me colé y les pedí a todos que se sacaran los zapatos. Fue cuando realmente empezó el 4 contra 4. Mi arco era bien delimitado por mis famosos zapatos de cristal. El del equipo contrario estaba marcado por un par de mocasines de uno de ellos. Los pobres zapatos igualmente humillados por el mal uso.

Me arremangué el vestido, y empezó el debate. No sé bien cuanto tiempo llevaba toda la directiva mirando. No sé bien si alcanzaron a ver mis calzones en el intento de chilenita que hice.
Sé que perdí la cordura, y me debería haber mantenido muy compuesta sentada en la mesa, pero me dejé llevar.

Eso le dije a la Andrea, que no me habló en todo el fin de semana. Al lunes siguiente me llamaron de la oficina del rector.

"Amanda (léase lo más gringo que se pueda), tu actitud no fue de lo mejor el viernes. Esperamos que de ahora en adelante respetes los horarios de deportes, o bien en tu tiempo libre para jugar al fútbol, o cualquier otro deporte. Pero más que reprenderte, te mandé a llamar porque queremos ofrecerle que se una al equipo "A" de la universidad, con beca completa por dos años", dijo el rector casi sin tomar aire.

Creí que soñaba. No podía parar de reír. Estaba dichosa, feliz, emocionada. Corrí, corrí por toda la universidad buscando a mi amiga Andrea. Ella, como si supiera, me vio pasar por fuera de su sala y salió de inmediato.

Su enojo terminó en un tremendo abrazo, que todavía recuerdo. Me perdonó rápido, y pudimos ahorrar igual de veloz la inversión de los estúpidos pero destinados zapatos de cristal.


Amanda Kiran
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