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Mis pelotas

28 de Enero de 2005 | 19:01 | Amanda Kiran
Mi vida ha estado rodeada de pelotas. Tal como suena.

Siempre, desde muy chica, he estado rodeada de ellas. Partiendo por la "cachá" de hermanos que me regalaron. Y entre ellos, hay muchas. Pero siguiendo con la cultura familiar, por no poder vivir sin ellas.

Desde que tengo memoria que yo era demasiado pequeña para varios eventos. Por ejemplo. Demasiado pequeña para jugar golf con mi papá como lo hacían mis hermanos. Entonces tenía que ser puntero. ¿Y eso qué significa? Significa que debía ir a pararme en una loma, muy atenta y alejada de la salida del jugador, y seguir con la vista su pelota para que no la perdiera.

En aquella cancha, en la que jugaba mi familia, había muchas cerros, árboles, rincones, así que mi labor era importante. Ese fue uno de mis primeros contactos con pelotas.

Luego, cuando mis hermanos decidían ir jugar tenis, ahí estaba yo, vestida enterita de blanco, para ver si a alguno se apiadaba y jugaba un rato conmigo, por más fome que fuera. Pero eso escasamente ocurría. Así que ahí estaba yo, recogiendo las pelotas de ellos cuando se iban lejos. Tenía que botar las energías por algún lado.

Después mi madre, que tenía la pasión del hockey sobre césped. Yo miraba sus partidos generalmente detrás del arco. Y entre entender de qué se trataba y estar atenta a lo que ocurría, ahí me tenían como mascota y pelotera de cuanta bola saliera por mi costado. Así le daban un poco más de fluidez a los partidos, que en este deporte es importante.

El basketball fue el que menos profundicé. Pero sí el con la labor más humillante. Por ser la menor, siempre me utilizaban de lo que fuera. Literalmente. Ocurrió que les nacieron unas ganas locas de jugar tras una Navidad, en la cual recibieron una pelota de este deporte. Me pusieron de canasta para encestar. Todavía recuerdo a mi hermano grande:

- Ya Amanda, ésta es una difícil misión que debemos chequear si la
puedes cumplir. Pone tus brazos enganchados, en forma de O, con tus manos, y súbete a esta silla. Veremos cuánto duras.
- El último récord en esta posición duró dos horas -me dijo- ¿Podrás tú?

Y ahí estaba yo, la muy "pelo tuda" con las manos en círculo, esperando que ellos jugaran a la pelota dividida, y encestaran entre mis brazos. Por suerte la pasión por ese deporte no les duró muchas semanas, porque mi obediencia era tan absoluta, que podría haberme mantenido con esa posición... no sé, hasta ayer.

Con el rugby la cosa fue más dinámica y entretenida. La pelota se movía en miles de direcciones al caer, entonces jugaba y reía sola al ir a buscarla. Ese desafío era más divertido. Sin descontar un factor muy importante: jugaban varios amigos de mis hermanos. Y obviamente yo estaba enamorada de uno de ellos. Entonces ese no era trabajo, era una pasión. Él nunca me dirigió la palabra, pero años después supe que me encontraba simpática (algo es algo)

Para el vóleibol estuve muy cerca de la cancha: era aguatera. Les llevaba agua, bebidas ó jugos, dependiendo de donde fuera el partido. A la playa, agua. En el gimnasio, bebida. Y en el pasto, jugo. Nunca supe la diferencia de estos tres elementos. Y, como ya era un poco más grande, si faltaba alguien -más bien, si
eran impares- entraba yo. Un rato. Por supuesto, rodeada de miles de retos e indicaciones.

Hubo varios deportes más. Miles más. Pero el último que recuerdo vivo, fue el fútbol. Ese era el más apasionante. También era el más constante y el más entretenido de todos. Era el más apasionado, el que atraía a la mayor cantidad de público, el que se jugaba en arena, tierra, pasto, barro, alfombra, cemento... en cualquier lugar, a cualquier hora, con la cantidad de gente que hubiese. Ese era –lejos- el mejor.

Varias veces fui arquero. Algunas otras defensa, árbitro, arco, pelotera. Daba lo mismo. Yo lo hacía feliz. Era mujer y nada de eso me "correspondía". Pero ahí estaba yo, intentando.

Es que las muñecas nunca me gustaron mucho. Menos las barbies. Y eso pudo jugar en mi contra. Pero hasta poco menos de los quince años, todas esas pelotas fueron mi pasión. Y tuve una infancia plena y feliz. Rodeada de pelotas.

Amanda Kiran
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