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Chapa de enamorados

14 de Febrero de 2005 | 12:33 | Amanda Kiran
Cristián estaba seguro de que lo podíamos hacer. Yo ni siquiera tenía tantas ganas.

Era un tipo de cita a ciegas de a tres. Bien extraño. La Ale, Cristián y yo, con tres guías que escalaban cerros. ¿Para qué? No sé.

Son de esas ideas que le bajan a veces a las amistades creativas. Y por la época, cercana al día de los enamorados, no se le ocurrió nada mejor. La Ale estaba dispuesta. Yo tenía mis dudas.

Pero ahí estábamos los tres en un lugar que se llamaba Chapa Verde, cercano a Rancagua, pero hacia la cordillera, más arriba de la mina El Teniente.

Lo bueno, era una actividad al aire libre y prometía. El día estaba soleado. Llegamos al tope de las curvas, donde empezaríamos a caminar, y en
algunos lugares había mucho barro, producto de deshielos y otros
fenómenos.

Mis zapatos, y los de la Ale, no eran perfectos, pero salvaban. Los de Cristián eran magníficos. Los guías eran Javier, Paula y Roberto. Yo me fui con Javier, Roberto con la Ale y la Paula con Cristián (y
por eso era la movida).

Salimos tipo once de la mañana. Empezamos a subir. Llevábamos un pic-nic contundente, cámara de fotos y un polerón por si nos daba frío.

A mí, personalmente escalar no me apasiona. Lo hago si me invitan, pero intento que no me inviten tanto. Así y todo, subimos las primeras dos horas casi sin parar. La meta era llegar a un lugar hermoso, donde había nieve eterna y una laguna escondida, casi en la cima.

A mitad de camino nos dio hambre y decidimos sacar alguna parte de nuestro almuerzo. No sentamos los seis a conversar y el almuerzo estuvo ameno.
Reímos bastante, como en película gringa. Seis personas unidas por la
naturaleza y una frazada a cuadros.

Guardamos algunas cosas por si nos daba apetito después, y luego de
una hora de compartir y conocernos, seguimos la escalada. De a poco nos fuimos distanciando.

La Ale y Roberto se fueron por un lado, Cristián, un poco más lento,
fue quedando atrás con la Paula, y Javier y yo seguimos la misma
ruta. Entonces, quedamos en juntarnos en un lugar que los guías sabían localizar, en aproximadamente dos horas más. Lo cual nunca ocurrió.

Parece que la nieve estaba tapando algunos caminos y al menos Javier
desconoció el lugar, así que tipo siete de la tarde, decidió que
empezáramos el descenso.

Yo no sabía qué pasaba con mis otros dos amigos, entonces no sabía que hacer.
Si seguir... buscarlos... bajar. Pero de a muy poco estaba bajando el sol y podíamos quedarnos sin luz en el descenso, así que imaginamos que los demás, harían lo mismo que nosotros.

El peso de los bebestibles se me hacía cada vez más insoportable. Mis piernas estaban cansadas y temerosas, producto del cansancio, del susto y de la incertidumbre de este guía, que me había tocado a mi, perdido y sin sentido.

Mi genio era terrible. A medida que bajábamos, peleábamos más. Hace rato que habíamos olvidado que era el "mes de los enamorados". Estaba asustada y me estaba haciendo bajar por caminos riscosos, con fuertes pendientes y rocas difíciles de bajar.

Él se manejaba obviamente mejor que yo, pero estaba bastante cauteloso a todo y se sentía un poco perdido. A medida que avanzábamos, empecé a reconocer ciertos lugares, en los que me parecía ya habíamos estado. Eso calmó mi ansiedad.

Ya la luz era bastante tenue y yo seguía sus pasos, como una molesta sombra.
Pensaba que la Ale y Cristián ya estarían en el auto, esperándome, furiosos.
Pensaba que se estarían riendo de mí por lo mal que había resultado mi tour.
Mil cosas pasaban por mi cabeza mientras bajaba, a tropezones, caídas
de poto, resbalones y sustos.

Ya mi paciencia estaba agotada y sólo peleas eran los diálogos con mi "cita".
Al ir llegando a la meta, ya oscuro y con bastante frío, de pronto
veo a alguien bajando literalmente de guata agarrada de unas rocas y
sosteniendo una cuerda. Era ella, desgastando fuerzas en gritos histéricos.

- ¡Que no quiero!, ¡Me da susto!

Sentí a mi pobre amiga Ale, disgustada con Javier, en una situación mas límite que la mía. Desesperada.

Me vio y se tranquilizó un poco. A Cristián le pasó algo peor. A la hora, después de haber almorzado, le dio una baja de presión y tuvo que detener su misión y decidieron bajar lentamente. Se sintió mal.

Al llegar, lo vimos arropado con frazadas y tomando café como una vieja de cien años. Nos despedimos de nuestros nuevos ex amigos y nos subimos al auto
sólo los tres.

Para más remate tuve que manejar yo de vuelta a Santiago. Eso estuvo tranquilo, al menos estábamos a salvo y abrigados. Durante media hora nadie habló. Hasta que Cristián dice: "Buena mi idea, ¿ahh?". Y partió el cacareo de información sobre lo que cada uno había vivido. Cada historia no era muy diferente a las otras. Y una cosa quedó clara: conocer a alguien románticamente en una situación límite, no era tan buena idea.

Así que mejor, para este 14 de febrero, vamos los tres al cine. Algo
tranquilo, bien sentaditos. Un año más no nos hará mal. Tal vez el próximo, tenemos más suerte.


Amanda Kiran
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