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Mi perfil

12 de Marzo de 2005 | 16:38 | Amanda Kiran
Hace poco estuvo de cumpleaños mi papá.

Esas ganas de uno querer regalar algo hecho a mano, me llevó a descubrir diferentes artes manuales. Mosaicos, pintura, dibujo, fotografía, entre otros. No en todos estuve muy iluminada, pero algunos fueron buenos descubrimientos.

Finalmente me decidí por la fotografía, ya que es un arte que tal vez domino un poco más. Y como eran setenta los años que estábamos celebrando, no quería cometer errores.

Entonces, encontré una antigua fotografía donde salíamos juntos, como pareja gringa, mirándonos, yo a los 5 años y él a los 45 años. Ambos en tiempo y espacio digno de congelar. Como podrán ver, nada de eso es congelable, y él está cumpliendo sus setenta. Los cálculos de mi edad, también se pueden sacar. En fin. Esa foto era la elegida.

Me puse a cambiarle los colores, llevarla al blanco y negro, traspasarla a un papel tipo kodalith (que es como un papel de negativo, transparente y que deja la foto en positivo). Más simple, una transparencia, pero en positivo.

Y seguí en el pegoteo de la lámina, las líneas, la forma y el espacio que quería darle a las palabras que fueran acompañando la foto, etc. Me empecé a volar, y volar... y volar. No sé si fue el cemento de caucho o qué, pero empecé a recordar y divagar junto a la imagen en blanco y negro.

Terminé mirando detenidamente mi nariz. Que cosa más perfecta mi nariz a los 5 años. Era una hermosura, de esas bellezas que las madres se enorgullecen. Pero mi nariz actual... no es así.

De hecho, varias veces me han preguntado ¿Te has quebrado la nariz? o ¿Te ha llegado algún pelotazo en esos deportes que tu practicas? Así como bicho raro. Y mi respuesta tímida siempre ha sido no (que yo sepa).

Pero observando esta fotografía, me he puesto pensar dónde pude haber enchuecado de tal forma mi perfil. Y ojo, no me estoy quejando. Porque mi personalidad y juventud, fueron absolutamente felices con el actual perfil. Pero una vez más mandaba la curiosidad.

De pronto como por arte de magia llegó a mi recuerdo la casa de mi primo. Su tremenda y acogedora casa que nos recibía siempre, a mi mamá y todos nosotros. Y a mí sobre todo, por ser la menor. Mi primo de mi misma edad, simpático, alegre, mi ídolo, mi amigo.

Llegué esa tarde, ansiosa por verlo, y dejé atrás a mi mamá en escasos segundos. Ella comenzaba a entrar por la reja, y yo ya estaba llegando al living, escapando del par de pastores alemanes, que les daba a mis primos por comprar siempre. Se moría uno y llegaba otro, así como clones. Y todos ladraban como locos. Y una, asustada a mango, y a correr Pato Yáñez.

En fin... llegué y entré, dejé atrás a los perros, a mi tía, a mi vieja... al mundo. Corriendo a buscar a mi primo que estaba en el patio del fondo. Y ahí lo veo, a lo lejos, aleteando, con cara de alegría (como siempre), haciéndome señas divertidas. Miles de señas... demasiadas señas, que no supe descifrar.

Y entonces, en esa casa pulcra, bien cuidada y de vidrios transparentes, que no vi... con toda mi velocidad quedé dibujada en esa ventana. Para siempre. Por suerte, sin atravesarla. Pero, la cara de mi primo afuera, insólita. Primero, de susto, y luego de risa. No, no risa. De carcajadas sobresalientes y contagiosas. Literalmente, de guata en el suelo riéndose.

Y yo, mitad en el planeta tierra, mitad en cualquier órbita, sin saber si había chocado, si había muerto, o si alguien me estaba haciendo una broma. Pensé que alguien a propósito me había cerrado la ventana. Y ahí entendí las locas señas de mi primo. No me estaba saludando, me estaba avisando. Dice que nunca va a olvidar la deformidad de mi rostro en esos momentos, impregnados en el ventanal. Y que cómo una velocidad tan alocada puede ser detenida en un instante tan corto.

Tal vez ahí fue que mi nariz tomó esta romántica forma de hueso quebrado, sin dejar de lado que tiene su toque de coquetería, según mis padres; su propia personalidad, según mi hermano. Mi perfil, personal y único... según yo.

Terminé con el recuerdo y le puse los toques finales al regalo de cumpleaños.
Finalmente quedó bello. Y a sus setenta se lo entregué, diciéndole:

- Papá, no preguntes que pasó con mi perfil.

Cara de interrogación hasta el cumpleaños 71.

Amanda Kiran
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