Cuando uno se va a alguna parte, generalmente deja un papel de despedida, una carta, una esperanza de regreso. Ya sea un viaje largo. Un viaje de negocios. Un viaje de deportes. Lo que sea... Siempre se deja una carta o un papel, algo a alguien. Es como una forma de decir voy y vuelvo...
Pero te quiero mientras estoy allá. Puede ser a tu viejo, un amigo, tu pololo. Puede ser a tu marido, tu señora o algún integrante del equipo que se quedó abajo. Puede ser para tu abuelo, tu tío, tu hermano, tu prima. Da lo mismo, pero uno deja un lazo acá que no quiere olvidar ni romper.
Cuando alguien muere es diferente. No siempre hay aviso. Y si lo hay, es demasiado triste dejar una carta o alguna despedida. Cuando alguien muere, se va para siempre. No la volvemos a ver, es una decisión absoluta, arrancada de nuestras vidas, al menos físicamente.
No hay consuelo cierto. Hay fe, para algunos. Esperanza de reencuentro para otros. Silencio en el llanto, para muchos. Enojo para los que no logran comprender.
En una semana donde casi no se ha hablado de otra cosa, espero podamos llegar a entender que una carta a cada uno de los fieles que han estado acompañando su despedida habría sido imposible.
Una columna corta, tranquila y de duelo por una de las muertes más sentidas que me ha tocado presenciar. Y un saludo a la familia Grimaldi que también perdió a un ser querido. En forma menos llamativa, por razones obvias.
Amanda Kiran
