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Agua caliente

10 de Diciembre de 2005 | 15:22 | Amanda Kiran
De mañana temprano corrió a ver sus regalos. No sabía si llegaría lo que él había pedido. No tenía idea, pero esperaba que sí.

Un mes atrás había escrito una carta al Viejito Pascuero y la había metido en un buzón del correo. Después de eso, sólo esperó hasta que llegara Navidad.

De las miles de cartas que llegan todos los años al correo, ésta era la más corta. Lo que este niño quería era un calefont.

Extraño regalo para un niño en Navidad, pero eso quería. Un calefont, para poder bañarse con agua caliente por las mañanas y luego de sus pichangas en el barrio. Y no sólo para él, si no que para sus padres, que se levantaban temprano a trabajar, y pasaban mucho frío por cortas que fueran sus duchas. Sobre todo en invierno.

Cuando Miguel fue al correo a buscar cartas de niños, encontró ésta, y la eligió de inmediato. Quería hacer feliz a alguien esta Navidad y pensó en la idea del correo. Ser el Viejo Pascuero, al menos de un niño.

Es una buena forma de ayudar en Navidad. Ir al correo y buscar una carta, con el pedido de algún niño. Al leerla, se emocionó demasiado. No decía ni bicicleta, ni pelota de fútbol, ni un autito. Era algo mucho más normal. El niño pedía un calefont.

Lo que sí, Miguel estaba justo de tiempo. La carta la abrió el 23 de diciembre, y había que comprarlo rápido para llevarlo luego. Buscó el mejor, pero no había despacho sino para tres días más, así que tuvo que llevarlo él mismo.

Ese día no tenía auto, así que le pidió a su hermana si lo podía llevar al día siguiente. Y así lo hicieron. El 24 de diciembre, sobre la hora, fueron en busca de esta dirección. La casa quedaba en Melipilla y ellos no conocían bien el sector, así que se perdieron.

Esta Navidad se les estaba complicando. Pero antes que su cena, o lo que fuera de aquella Nochebuena, Miguel se había propuesto llegar con el regalo.
No podía desilusionar a ese niño, sobre todo por lo que significaba.

Su hermana ya estaba entregada a esa noche. Tenía planificada una cena, pero avisó que no llegaría a tiempo (y no sabía si llegaría). Miguel hizo lo mismo, y siguieron su misión.

Ya pasadas las doce de la noche, se dieron un abrazo –hermoso- navideño y desistieron de la búsqueda. Se quedaron dormidos en una bomba de bencina, dentro del auto, y decidieron seguir la lucha a la madrugada siguiente.

En cuanto el primer pajarito empezó a cantar, Miguel movió a su hermana y siguieron la búsqueda. Cerca de las siete dieron con el barrio que buscaban y, preguntando por todos lados, llegaron a la casa de la familia Bezanilla.

Tocaron una ventana y estaba la madre del niño preparando el desayuno. Él aún no despertaba. Miguel le explicó la situación y ella rompió en llanto. Tanto Miguel como su hermana se aguantaron para no ponerse a llorar también.

Ella les agradeció mucho y los invitó a pasar, pero Miguel no quería arruinar la sorpresa de que el Viejito Pascuero existe. Dejaron el regalo bajo el árbol y se fueron.

Minutos después, despertó... y corrió a ver sus regalos. Estaba con su nombre una caja enorme. "¡Mamáaaaa!", gritó... "El Viejito me trajo lo que le pedí". Su madre, dichosa, seguía llorando. Miguel vio todo desde la ventana.

"Mamá... ¡y no sólo eso, también me trajo una pelota! Que afortunado soy", festejó contento.

Entonces, ambos hermanos se subieron al auto, sintiéndose afortunados por lo que acababan de ver. Misión cumplida. Tanto Miguel como su hermana, esa mañana se dieron cuenta que el Viejito Pascuero sí existe.

Amanda Kiran
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