La hinchada estaba como loca. El calor hace un par de años era el de un día como hoy. Nos preparamos-como siempre- mucho para este día.
No era mi posición típica. Estábamos con la tenida blanca. Parecíamos 11 enfermeras. Pero la bandera chilena encima igual. El sudor caía sobre los ojos y no te dejaba ver bien. La gente seguía gritando. El calor no los detenía.
La emoción y el nerviosismo nos hacía más fuertes. En rigor, dentro de la cancha éramos más débiles. Y finalmente lo fuimos. Pero por un rato crecimos, sentimos, nos unimos y solucionamos todo. Fue en ese momento que partió la jugada.
Desde la salida de atrás estuvimos bien. Sin error alguno. Nos movimos en forma perfecta. Las marcas no pudieron con el pase –único- al mediocampo. Luego fue un poco personal la cosa. La chica nueva, estrella del momento, agarró la pelota sin parar. Sus piernas no tenían otro objetivo que correr sin ser alcanzadas. La pelota no se separaba de ella…
Yo la acompañé de cerca, y me adelanté. Ella dejó atrás a tres albicelestes. Yo me escondí por la espalda de dos… Fue entonces que cruzamos la mirada. Milésimas de segundos y supe lo que querría hacer. Me moví hacia la derecha y ella dio el pase.
Logré llegar al área, al mismo tiempo que la pelota. La tomé y en segundos, sin pensar que alguien podría llegar, tiré a la esquina del arco, sin pestañear. Fue cuando vi a la arquera saltar hacia mi tiro. No logró detenerlo. Entró al arco y con éste la ilusión de todos los presentes de ganarle alguna vez a este país prácticamente imposible de alcanzar.
El calor en mi cuerpo se transformó en frío. El ruido de la gente desapareció cuando se me tiraron cinco compañeras encima. Casi no escuchaba nada. Sentí ganas de llorar. Una emoción inexplicable.
Es una emoción gigante meterle un gol a Argentina en un campeonato oficial. Casi no podía respirar. Al pararme miré a la hinchada y a mis padres. Estaba feliz y me sentía la heroína máxima. Miles de miradas sobre mí, sobre nosotras, sobre la celebración…
Busqué luego a la compañera que me dio el pase, para darnos el abrazo inolvidable que nos une hasta hoy. Ella, bastante menor que yo, vive en el extranjero y triunfa. Hace poco vino a Chile y nos juntamos a conversar. A reír, a contarnos qué pasa por la vida de cada una. Eso genera un gol: la pasión, la amistad, el lazo indestructible que te deja de la mano, para siempre.
No es sólo un gol. Es mucho más que eso. Pero hay que vivirlo. Hay que disfrutarlo en vida. En cuerpo y en alma. Aunque sea una vez, y en una pichanga de barrio. No importa el entorno, solo la pasión. La pasión que se le dé.
Amanda Kiran