
El verano es una época ideal para aprovechar y poder hacer de todos los deportes que se nos ocurran. Hay más tiempo -y más espacio- para aprovechar de disfrutar de todo con calma. Nadar, jugar tenis, paletas, correr, andar en bicicleta, subir cerros…etc.
Es rico en vacaciones poder aprovechar desde temprano en la mañana todas las horas para hacer lo que -de verdad- a uno le gusta. Lo mejor es no sentir el stress diario de los horarios, del corto tiempo, de las presiones y del -odioso- tránsito.
Por un par de semanas, uno se desenvuelve de tal forma que pareciera fuera a ser eterno. Aunque al llegar al día a día de nuevo sea un
guatazo duro la realidad, lo comido y lo bailado, como dice una amiga mía, no te lo quita nadie.
Y de eso se trata. Aprovechar las vacaciones a todo pulmón. La idea es poder descansar de tal forma que al llegar estés totalmente repuesto, dispuesto a lo nuevo que depara el siguiente año.
Ese día, en pleno verano, era jueves. No podría olvidarlo. Me tomé a pecho el ánimo de la mañana y salí temprano a subir un cerro que queda cerca de la casa donde estábamos alojando. Después de subir el cerro, me pasaron a buscar para ir en bicicleta a una playa cercana, por una nueva ruta que habían inventado para los ciclistas.
De ahí, un almuerzo rápido y un partido de tenis. Fue corto porque me dieron una merecida paliza. Ya estaba exhausta.
Con mi cuerpo ya cansado, decidí ir a "relajarme" al mar. Quería nadar un poco. Flotar, si era necesario (y posible)… Los músculos, de verdad, estaban bastante agobiados. Entonces, me puse el clásico bikini regalón, ese que no volviste a encontrar nunca más en las casas comerciales, y que no dejas de usar por nada del mundo, porque te entiende, te acomoda y te tapa todo lo que quieres tapar. Sí, un poco fatigado por el paso de los años, y bastante decolorado, pero parado al fin.
La Rosa me pasó a buscar para el último chapuzón del día. Pero esta amiga de la infancia de esa playa me avisó que estaba Pedro por ahí dando vueltas. Pedro era el típico amigo por obligación. Desde chica te lo encajaban porque era el hijo de unos amigos de tus papás.
Un niño extra hiperquinético, agotador, con unos enormes anteojos que parecían mirarte todo el tiempo y en forma XL.
Pedro, ya más grande pero insoportable igual, apareció en la playa, justo al ladito nuestro. Puso su toalla, y después de un saludo corto me dijo: “¿Hacemos competencia de playitas, igual que a los diez años?”.
Siempre hacíamos competencia de playitas en nuestra niñez. Y, por supuesto, siempre me ganaba. Y eso era lo que más odiaba de estar con él. Que no había forma de ganarle… Así que pensé tal vez ahora, de grande, puedo ganarle. Lo voy a desafiar. Y -tontamente- acepté la invitación.
Se sorprendió de mi sí, y partimos a la playa. La Rosa se quedó mirándonos desde la orilla. Nadamos un poco hacia adentro, para así tomar las olas desde su inicio. De a poco nuestros conocidos se juntaron para mirar quien ganaba este "clásico". Yo no miraba hacia la playa, sólo me preocupaba la mejor posición para derrotar al molesto Pedro. Mi meta, era ganar.
Y llegó la primera ola, suave, pequeña, para precalentar motores. El la dejó antes, yo llegué hasta el final, como probando fuerzas.
La segunda ola, un poco más grande pero escasa de potencia, nos dejó a medio camino. Y vino la elegida.
-Ya Amanda, esta es la ola.
-Bien, contesté. Estoy más que lista.
Y empezó la lucha. Estiré mis brazos fuertemente hacia delante. El se puso bastante cerca de mí, como para cohibirme. Pero no lo logró. El mar hizo el resto…y partimos.
Fueron unos diez segundos de lucha, donde vi mi cuerpo quedar atrás por escasos segundos. Pero logré reponerme, y sacar la delantera. De pronto vi que él quedó atrás definitivamente, y que yo, ya campeona, fui arrastrada por el golpeteo final de la arena y agua más salada que nunca hasta la orilla.
Feliz de la vida me paré bastante despeinada -y con el cuerpo apenas en su lugar- gritando.
-¡Gané... Gané!... Por fin le gané a Pedro!! (con los brazos erguidos).
En eso veo llegar corriendo a la Rosa con una toalla entre sus manos. Y yo saltando para abrazarla... "Rosa, le gané. Gané la playita. Por fin", dije.
"Si Amanda, ganaste -me decía mientras me tapaba con su toalla-. Pero perdiste tu parte de arriba del bikini en la mitad de la competencia".
No hay para que escribir lo que sentí. Cualquiera se lo puede imaginar. Y todo lo que imaginen es poco, sumándole una buena cantidad de humillación. Estaba ahí, parada, feliz, en el supuesto momento donde el trauma de la niñez quedaría atrás y me pasa esto.
Nuevamente fui la perdedora, y además perdí mi bikini regalón. Pero hay algo bueno. Pedro no me ha vuelto a pedir un desafío de esos.
Y también hay algo muy malo. Cuando nos topamos, me saluda, sin quitar la vista de la parte superior de mi cuerpo. Lleve lo que lleve puesto.
Amanda Kiran