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Un martes cualquiera

14 de Febrero de 2006 | 20:17 | Amanda Kiran
El riesgo de aventurarme a una cita a ciegas era tremendo, pero ya lo había prometido y no podía fallar.

Trabajando en febrero, casi sola, y se daba la oportunidad de un panorama diferente; no dejaba de ser un desafío divertido. Una noche, una comida, no podía ser tan tremendo.

Quedamos para el martes. No entendí bien la elección del día, pero pensándolo bien, en verano, todos los días son como viernes, así que no me fijé en detalles.

Llegué rápido de la oficina a trotar mi plan de pretemporada personal. Algunos trabajos que nuestro preparador físico nos había dejado. Ya era la segunda semana de febrero y mi estado físico se veía directamente afectado, por lo descansado de enero, así que no podía saltarme ningún día sin trotar.

Llegué a los 45 minutos pero me pasarían a buscar –según mi reloj- en media hora más, así que me quedaba un rato corto para la ducha y peinarme un poco.

Primer error. Mi cita a ciegas me estaba esperando en el lobby del edificio, porque a él le dijeron a las nueve y no a las nueve y media.

Lo saludé "roja" por el trote y bastante sudada y me acompañó al departamento.

-¿Tu nombre era? Le dije patéticamente.
-Matías, respondió.
-Perdona Matías, me equivoqué con la hora. (Lo que parte mal, sigue mal).

Me esperó amablemente en el living. Yo corrí como una loca y estuve lista lo antes posible. Bajamos por el ascensor y partieron los piropos.

-Eres atlética, me doy cuenta.
-(Me reí) No, no atlética, no me gusta tanto correr, pero debo hacerlo.
-Ah, yo voy mucho al gimnasio, me encanta.

Fue cuando me di cuenta de su pinta musculosa, tostada y apretada. Llegamos al auto y había un ramo de rosas rojas.

-Esto es por el día catorce, me dijo.
-¿14? (Pensé) ¿El catorce de qué?
-El día de los enamorados –contestó- no te hagas la loca.

Entonces recién entendí en la situación en la que estaba metida. Martes (14 de febrero), cita a ciegas, otra pareja a punto del matrimonio junto con nosotros, en una cena a la luz de las velas.

Después de percatarme de la situación, todo lo que vino después fue tremendo. No era una mala persona. Sólo que no la persona para mí. Mucha colonia, harto solarium, bastantes ganas de estar acompañado, nada en común conmigo.

Me pasé la noche mirando a mis amigos con rabia e incomprensión. Ellos me miraban de vuelta con risas y disculpas. Fue una velada donde tuve que hacerle el quite a los escalofriantes piropos sacados de un libro de poesías.

Donde tuve que evitar que me dieran la comida en la boca. Donde tuve que dejar de ser yo a ratos, para no pegar un combo. Donde tuve que conversar todo el rato, para no recibir una contraoferta nerviosa. En fin, fue un catorce de febrero inolvidable.

Terminó la comida, y me quería ir. El ofreció varias alternativas, pero por suerte, mis amigos entendieron que la cosa no daba para más. Me fue a dejar a mi departamento, intentando dejar cerrada otra cita, o seguir el duelo esa misma noche.

Con las llaves colgando de mi dedo antes de llegar y sin llegar siquiera a la cuadra de mi edificio, le dije:

-Estoy agotada, mañana debo levantarme muy temprano, debo seguir corriendo, y estoy con mucho trabajo. Perdóname Matías.

Al llegar, me bajé prácticamente corriendo, con mi ramo de novia en la mano. La noche fue un fracaso. Fue culpa mía cien por ciento.

Jamás volví a aventurarme a una cita de esa forma. Menos en febrero. Y por nada del mundo a ciegas. Definitivamente no eran para mí. Es por eso, que escribo esta columna. Porque sé que es febrero. Se que es verano. Y sé que este martes es catorce de febrero.

¡Feliz día para todos los enamorados!


Amanda Kiran
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