“Big Fish” significó un gran paso en la carrera de Tim Burton, quien logró encausar su locura creativa en una historia que demostró su madurez como director, a través de las andanzas de Ed Bloom y los fantásticos relatos de su vida.
Este crecimiento se vuelve a manifestar en “Charlie y la Fábrica de Chocolates”, la nueva adaptación del libro de Roald Dahl, del mismo nombre, que ya había sido llevada al cine en 1971, en la clásica versión que protagonizó Gene Wilder (quien años después debería asumir el “sufrido” rol protagónico de “La chica de rojo”) y dirigió Mel Stuart.
La dulce historia de Wonka y sus chocolates imaginada por Burton tiene escasa relación con la de Wilder, lo único que las une es un argumento común y el inevitable tono de fábula y moralejas que tienen ambas.
En su versión 2005, la narración escrita por Dahl recibe los aportes creativos del realizador estadounidense quien le da un tono más maduro y centra su historia en la excéntrica figura de Wonka, quien con cada bocado de película va revelando los ingredientes que se mezclan en su personalidad.
El resultado es una irónica caricatura de un genio loco, que le permite a uno de los actores regalones de Burton, Johnny Depp, lucirse una vez más porque logra dar vida a un personaje que juega con la ambigüedad para esconder sus fantasmas interiores.
El director no se olvida que estamos en el siglo XXI y la antigua fábrica recibe una remodelación completa, de la que no se salvan los “umpa lumpas”, los enanos que trabajan para Wonka, y cada rincón se transforma en una caja de sorpresas que espera su momento para ser abierta.
El otro rasgo que Burton conservó del trabajo de Stuart son los tonos de musical del largometraje, que vuele a utilizar las voces de pepe grillo de los enanos para armonizar las despedidas de sus protagonistas.
La película conserva el sabor del libro de Dahl pero la mano de su nuevo realizador le da un tono más amargo al chocolate que acerca más la historia a los adultos sin perder de vista a los niños.