El espíritu teatral no le juega en contra a esta adaptación de la exitosa pieza de Jordi Galcerán, la más vista de España y un examen sobre el canibalismo corporativo que comienza a imperar entre los siete aspirantes a un puesto ejecutivo en una transnacional. La carrera parte temprano, cuando cinco hombres y dos mujeres comienzan a llenar formularios y se aprestan a participar de un curioso método de selección: "El método Gronholm", el cual consiste en permanecer todo el día en una oficina resolviendo los problemas que se les plantea. Especie de reality, acá, entre otros, compiten un argentino rebelde (Pablo Echarri, de la teleserie "Resistiré"), un joven yupie ganador (Eduardo Noriega), una ambiciosa joven (Najwa Nimri) y un hombre maduro tipo macho ibérico (un gran Eduard Fernández).
El director argentino Marcelo Piñeyro ("Tango feroz", "Cenizas del paraíso") es fiel en subrayar las tensiones que se generan entre los oponentes y su puesta en escena se abstiene de efectistas movimientos de cámara, de recalcar lo obvio con zooms exagerados o cualquier recurso que desentone con lo que hay entre manos. Porque aunque esto parece lucha de guante blanco en vista de que estos postulantes son de terno y corbata, la verdad es que no dudarán en sacar a relucir lo peor de sus personas para quedarse con el ambicionado cupo.
"El método" es un estudio de personajes en una situación extrema que tiene la ventaja de moverse entre el eje de la diversión y el pasatiempo de buen registro, y, por otra parte, deja espacio para que los actores construyan con espíritu teatral - algo que acá no es peyorativo, al contrario- roles que se sienten reales, feroces y hasta temibles. La base del texto, de raíz masiva, claro, bien estructurada y con prudentes salidas de madre (las culpas al FMI por la situación de Argentina en el filme), es denunciar el capitalismo de mercado y los engendros que produce. La cinta de Piñeyro no va más allá. Es verdad. Pero redondea y afina las terminaciones en un producto efectivo y que cumple con desnudar miserias humanas y de oficina (el soplonaje de Ernesto Alterio, los argumentos desleales). Sí, podría ir más allá, pero el mensaje queda igual de claro y más si uno engancha con este reality disfrazado de película.