Con su tira cómica diaria de Garfield, el dibujante y guionista Jim Davis es un gran cazador de la condición humana. A través de los monólogos de un gato perezoso, desagradable y amante de la lasaña, Davis hace arte del grande. Porque con un sujeto tan simplón reconstruye situaciones cotidianas con la sensibilidad necesaria para reconocerse con una carcajada al final de los dibujos. Incluso la serie animada y doblada al español, en Chile tenía esas cuotas de grandeza. Pero la traducción al cine de esta franquicia ha optado por ambientar al felino en el mundo 3-D de la real realidad y por convertir a Garfield en un caricatura digital que se ve y palpa realista.
Tal como pasa en la primera cinta Garfield, en esta secuela los intentos por darle atributos más vivos al personaje terminan por dejarlo más plano y sin gracia. Usando como referencia "El príncipe y el mendigo", la aventura comienza cuando un mimado gato de la aristocracia inglesa, idéntico a Garfield, resulta el heredero de la abultada fortuna de una millonaria. Pero un mortal enemigo, un pariente disidente de la última voluntad de la difunta, no descansará hasta verlo bajo tierra.
Jon (Breckin Meyer), el dueño de Garfield, viaja a Londres para seguir a su amada (Jennifer Love Hewitt) y pedirle matrimonio. Y en Inglaterra, el haragán Garfield es confundido con el aristócrata felino y de este modo se intercambian identidades. Gato pobre viviendo como los reyes y un gato fino que comienza a disfrutar de la vida corriente. Con una dirección más bien de corte televisiva, la cinta carece de la mirada aguda que habita en el Garfield de los cómics o la serie de TV. Lo que queda es el nombre de una marca con un mejor pasado y el gusto de Garfield por la lasaña. Lo demás es la dura conversión de un gran personaje transformado en una caricatura de sí mismo. Y no es menor cuando el Garfield original, el de los cómics, es cualquier cosa menos caricaturesco.